Opinión

Sin solidaridad no hay Europa

Por más grave que sea la situación, la actitud de la Unión Europea no ha sorprendido a nadie, desgraciadamente. La cumbre telemática del pasado jueves simplemente sirvió para ahondar las diferencias y mostrar con toda su crudeza que, en esta crisis también, hay una Europa del norte y otra del sur. Italia y España exigen medidas anticrisis de aplicación urgente y la salida de los coronabonos –títulos de deuda común europea, similar a los bonos de Tesoro que emite el Estado para financiarse–, pero Holanda y Alemania no quieren oír hablar de estas soluciones, por lo menos en esos términos. Sin embargo, guste o no, la ayuda será imprescindible si, como dijo Angela Merkel, estamos ante el mayor desafío desde la Segunda Guerra Mundial. La cumbre marcó dos posiciones claras que, a su vez, delimitan la virulencia con la que el Covid-19 ha golpeado a cada país. De afrontarlo desde esta perspectiva humanitaria y solidaria, hará algo por el cuestionado futuro de la UE.

Los del norte quieren que cada uno de los miembros salga de la crisis con sus propios recursos; de hecho, dicen, la suspensión del Pacto de Estabilidad que asegura el cumplimiento del déficit, es ya una medida. Por su parte, los del sur, cuyas economías están paralizadas, proponen una actuación conjunta. El Plan Marshall que ha pedido Pedro Sánchez no se aplicará, o no de la manera que hubiera querido, es decir, sin especificar país alguno, para que no vuelva el estigma que definió aquellos PIGS –peyorativo acrónimo que reunía a Portugal, Italia y España, «cerdos» en inglés– que en la pasada crisis fueron una carga financiera para los mansos corderitos del norte, y que ahora, de nuevo, vuelve a repetirse. El problema político es que Alemania se niega a arbitrar una solución conjunta, y eso tiene su peso, inclinándose por utilizar el Mecanismo Europeo de Estabilidad (Mede), que se arbitró para dar auxilio en 2012, un fondo con capacidad para emitir deuda en los mercados respaldado por todos los países de la eurozona, lo que supondría una capacidad de inyección de hasta 500.000 millones de euros. Fue el mismo mecanismo que se empleó para rescatar a Grecia, Chipre, Portugal y España, aunque en nuestro caso se empleó como ayuda a los bancos. Pero hay una diferencia entre aquella crisis y esta: entonces fue financiera y ahora ha sido una tragedia inesperada que ha afectado sobre todo al sistema productivo. Claro, es fácil que el nacionalismo se ponga la mascarilla populista y haga una interpretación de tintes xenófobos, como si los países más afectados por el Covid-19 lo mereciesen por su mala gestión. El ministro de Finanzas de Holanda, Wopkek Hoekstra, ha pedido investigar a España por no disponer de margen presupuestario para afrontar esta pandemia. Efectivamente, dicho por un representante de un Estado miembro de la UE es «repugnante», como la ha calificado el primer ministro portugués, António Costa. En la pasada crisis económica ya se oyó aquello que expresó el también neerlandés Jeroen Dijsselbloem con ligereza de turista –«todo pagado»– para no prestar a dinero a quien se lo gasta en «alcohol y mujeres».

Comete un error Pedro Sánchez, pero estrictamente lingüístico, al pedir un Plan Marshall, cuando sabemos que la ayuda, como sucedió acabada la Segunda Guerra Mundial, no vendrá de Estados Unidos, que, al fin y al cabo, fue la pieza clave para la victoria de entonces, sino de Asia. No debería extrañar a los líderes de la UE que sea Rusia, y muy simbólicamente su Ejército, el que haya cruzado la frontera austriaca para llegar a Italia y prestar ayuda contra el coronavirus. Nadie debería sorprenderse tampoco de que fuese la propia China la que facilitase los recursos médicos, ahora, y más tarde los financieros, mientras una decadente Europa exhibe un pasado cultural e histórico pero es incapaz de defenderlo. Si la UE no afronta esta crisis desde una solución conjunta de los Estados miembros, será difícil que el euroescepticismo avance imparable.