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Opinión

Baneos

No hace mucho, las redes sociales eran seleccionadoras de noticias. La gente se informaba a través del Facebook de su primo, o del Twitter de un actor de telenovela, antes que en el periódico de toda la vida. Ahí comenzó una crisis para la prensa escrita (seria, cara de hacer, profesional) que todavía dura. La televisión y la radio, aún siendo medios de comunicación clásicos, resisten a unos tiempos que han revolucionado, y transformado de forma radical, la manera en que «las masas» se informan. En ese período –muy breve, apenas una ilusión– se llegó a pensar que las redes sociales eran un espacio de libertad como jamás se había visto. Y por si fuera poco… ¡gratis!, siempre que no tengamos en cuenta el dinero que cobran las operadoras telefónicas por suministrar conexión a internet, y que cuando alguien recibe algo gratis es porque el producto es… el propio consumidor. Claro. Pero, en poco tiempo, todo cambió. El escándalo de Facebook y Cambridge Analytica descubrió que es posible manipular datos, y la voluntad de millones de usuarios, para lograr incluso influir en elecciones presidenciales (en este caso norteamericanas, pero podrían ser cualesquiera). En cuanto se atisbó su potencial, las redes sociales pasaron de ser un sencillo y eficaz sistema tecnológico para el envío e intercambio de comunicación, a una verdadera red de pesca, con la que atrapar voluntades y manipular conductas de forma masiva. Entre manipulación, censura y odiadores que «denuncian» de forma anónima y compulsiva, páginas valiosas son cada día amonestadas, condenadas, opacadas, ocultadas para que no se vean… En jerga informática eso se llama «ban», «baneo», banear. Es una restricción, casi siempre parcial, más que total, porque así es más eficaz, pasa inadvertida, el usuario apenas se entera de qué está sucediendo… A mí también me ocurre (desde hace años, aunque últimamente con más severidad); mis páginas de Twitter y Facebook, que ya no utilizo, están catalogadas como Spam, de manera que los servicios de soporte técnico –de Twitter, por ejemplo–, ni siquiera se molestan en responder a mis preguntas. La censura y la manipulación han encontrado un campo abonado en las redes, antaño libres y frescas y hogaño cada vez más un instrumento de propaganda y control que dejaría boquiabierto a George Orwell. A la Corea del Norte.