Opinión

La rebelión de los viejos

Pensábamos que la revolución era una enfermedad pasajera de la juventud, a decir de los pragmáticos, pero el último adoquín lo lanzarán los mayores. Llenarán las urnas de piedras para el riñón, que dolerán al gobernante como si él mismo padeciera un cólico. El encendido debate sobre la salida de los niños tiene más de respiradero político para ahogar las cacerolas que de motivo existencial. ¿Qué es la vida?, un frenesí, un paseo por Alcampo o MediaMarkt. Los pequeños tienen toda la vida por delante. Cuando esto acabe, quedará una eternidad para comprobar cómo les salen canas y se vuelven mustios. A muchos de los mayores confinados le quedan unos pocos meses, tal vez unos pocos años, los últimos en los que reconocer cómo llega el verano, con ese relente nocturno de los cines al aire libre. Eran los primeros desechados cuando llegaban al hospital, total, a quién le interesaba que sobreviviera un señor que se hace pis, frente a un energúmeno que no ha aprobado la ESO, pero que posee el carné de la lozanía, y ahora, son los últimos en la lista para salir de nuevo a la calle a estirar la artritis. Hay adolescentes que no abandonan su cueva a no ser que se les obligue a ir al colegio, enfrascados en su mundo digital, hiperconectados y aislados de su familia a la hora de comer espaguetis. Pero han de tomar el rumbo del vomitorio con urgencia porque pueden padecer un inaudito trastorno que no superarán jamás. Oh, engendros de la modernidad, asalta carteras ajenas, flojos indomables, cerebritos que pelean por un «selfie» en el punto de fuga. Oh, buenos chicos de matrícula de honor, si habéis sido capaces de hincar los codos, haced lo mismo por vuestra conciencia. La sobreexposición de los jóvenes, protagonistas de los balcones, donde se les ve como monos esperando el mensaje del presidente como si fueran cacahuetes en el zoo, contrasta con el sudario que han colocado a los octogenarios. Hasta alguna cantante ha disuelto unos ripios a su abuela. Muy tierno. Resulta que en España hay abuelas más allá de la del anuncio de la fabada. En Francia, «allons enfants», los mayores se sublevan ante Macron. Cargan con la guillotina de los Robespierre de bata blanca. El melifluo jefe de la República ha dado marcha atrás. Y no porque le gusten mayores. Un grito cano se le ha colado en palacio.