Redes sociales

El estrés del vigilante

“Convertir en insólito lo cotidiano es la consecuencia de ver el mundo en un elevado estado de consciencia”. Estas palabras de Stephen Shore, uno de mis fotógrafos contemporáneos favoritos, a propósito de su obra y de lo que él llama “atención consciente”, vienen insistentemente a mi cabeza estos días. Creo que, tras seis semanas de confinamiento, a nosotros como sociedad nos está ocurriendo justo lo contrario: nos encontramos en un estado de atención inconsciente, percibiendo como cotidiano lo insólito.

Es la única explicación que encuentro a que hayamos asumido con absoluta naturalidad -incluso que haya quien lo justifique- el escandaloso hecho de que las Fuerzas de Seguridad de Estado tengan orden, y la lleven a cabo, de monitorizar las redes sociales y páginas web para prevenir bulos y desinformaciones que pudieran incrementar o generar estrés social.

Ya manifesté aquí mismo mi inquietud ante el concepto “estrés social” hace más de un mes, cuando se introdujo la orden ministerial en relación al Decreto Real por el que se declaraba el estado de alarma, y mediante la cual se establecían criterios de actuación para las Fuerzas y Cuerpos de seguridad de Estado para extremar esa vigilancia. Ahora, cinco semanas después, sigo teniendo más dudas que certezas al respecto. Sigo sin saber qué es exactamente ese estrés social. Es un concepto tan laxo y gomoso, tan comodín del público, que pareciese hecho ad hoc para ser la llave de la arbitrariedad. No encuentro dónde se define o especifica qué es y qué lo provoca e incrementa, o en qué se diferencia de la alarma social, concepto también elástico pero que al menos tiene conexión con la seguridad ciudadana.

Continuo sin comprender cómo es posible que se monitoricen las redes sociales y páginas web por parte de la Guardia Civil y la policía. ¿No se trataría de una investigación prospectiva, ilegal en nuestro país? Algo así como plantar a una patrulla en la puerta de cada banco con la incuestionable misión de detener sin preguntar siquiera a todo aquel caballero con pasamontañas que merodee la zona, por si acaso sus intenciones fueran aviesas.

¿Qué artículo del Código Penal es exactamente el que castiga la difusión de un bulo y dónde está definido jurídicamente el concepto de bulo? ¿Cuál es el artículo del Código Penal que castiga una opinión o información que, aun sin ser absolutamente probada, no afectase al orden público, al honor, la intimidad o la integridad moral, ni es delito de odio? ¿Qué es lo que se investiga? ¿Quién lo ordena, por qué conducta y para proteger qué bien o valor en concreto? Si es tan recurrente y preocupante como parece o nos quieren hacer creer. Al poner a las Fuerzas de Seguridad en ello, ¿Por qué no aclaran estas dudas? ¿A quién vigilan? ¿Quién vigila al vigilante? Paradme, por favor.

Es muy preocupante que un general de la Guardia Civil, El Jefe del Estado Mayor de ese cuerpo, lea sin inmutarse siquiera que una de sus líneas de trabajo sea “minimizar ese clima contrario a la gestión de crisis por parte del gobierno” (sic), que el ministro del Interior solvente la cuestión con un lacónico “ha sido un lapsus”, que se filtre un mail recibido por los miembros de ese cuerpo solicitando la identificación, estudio y seguimiento de bulos y fake news susceptibles de generar estrés social (¿pero qué es el estrés social?) y desafección a instituciones del Gobierno.

Es extremadamente grave que la ministra Celaá manifieste que no se puede aceptar que haya mensajes negativos y falsos, equiparando así lo falaz a lo que les es desfavorable. ¿De verdad son capaces personas adultas de no hacer esa distinción, de confundir la crítica a su gestión con la ofensa maliciosa o la pretensión de dañar a toda la sociedad? ¿Hasta ese extremo puede llegar un delirio de grandeza? ¿La misma mutua que ingresa a ministras en suites de lujo con las UCIS desbordadas cubrirá el tratamiento de un posible folie a plusieurs del gobierno de coalición? Todo son dudas. Creo que me estoy estresando.

Fuera de carta y a modo de despedida, una cuestión más. ¿El “nos están matando” de principios de marzo -parece que fue hace un siglo-, las manifestaciones de Laquenodebesernombrada diciendo que nos matan por ser mujeres, que la mitad de la población ejerce violencia sobre la otra mitad, señalar a todo hombre como potencial violador, serían bulos también susceptibles de provocar estrés social ahora en abril o eso no? Es para una cosa.