Cultura
A Banksy no le gustan los héroes de cómic
Se ha cargado de un soplo de inspiración esta mitología Marvel, tan asociada al taquillazo cinematográfico y el consumo rápido, por revelarse caduca y por demostrarse inútil
El panteón griego no estaba hecho de dioses divinos, sino de hombres divinizados. Se ve que en aquellas polis no encontraron unas deidades que estuvieran a su altura y decidieron sacralizarse a sí mismos con sus vicios y derrotas morales. Es lo que ocurre cuando se predica tanto el pensamiento propio, que al final se tienen unos altísimos enfermos de Sodoma y Gomorra. Toda individualidad es una blasfemia para los altares, al igual que la independencia de criterio resulta una intolerancia para el despotismo, que mucho antes de ser ilustrado fue orientalizante y persa. A los griegos les salieron así unos Zeus que no son más que un espejo de sus dilemas éticos. Tanta exaltación del yo, por supuesto, dejó la Acrópolis como un «château» para refugiar deidades.
Banksy, que en la época del «selfie» ha convertido el anonimato en una estrategia de lo comercial, se ha montado ahora una de sus paradojas y ha tirado los héroes de cómic a la papelera por inservibles. En su última obra, grafiti, dibujo o como se quiera denominar, ha recuperado como modelo para niños a una enfermera, que conociendo las aristas de su intelectualidad, no es una elección arbitraria y sí muy intencionada. Al siglo XX, que fue muy próvido en tecnologías, llegamos con los olimpos heroicos muy mermados y hechos una ruina. La proeza quedó reducida al librecambista que se enriquecía con sus aritméticas bursátiles, porque el alma humana es muy materialista y sensible a las promesas de El Dorado, y también a la hazaña que aventaba lo deportivo, así que tuvimos que sacarnos unos justicieros de tebeo, porque lo más parecido que teníamos a un héroe era el banquero que nos cargaba de intereses la cuenta corriente. Nos procuramos así un «bouquet» de mutantes, personajillos voladores y adolescentes con superpoderes que aparte de inverosímiles venían vestidos con muy poca pedagogía.
Hacía tiempo que necesitábamos más individuos sin máscaras, menos volatineros armados con trucajes y artificios, y sí, en cambio, gente con talentos corrientes y democráticos, o sea, al alcance de cualquiera que tenga un pequeño empuje de voluntad o sentido del deber sin pasar antes por la picadura de una araña o algún vitaminaje que te ponga hecho un Hulk.
Banksy se ha cargado de un soplo de inspiración esta mitología Marvel, tan asociada al taquillazo cinematográfico y el consumo rápido, por revelarse caduca, pero, sobre todo, por demostrarse inútil a la hora de la verdad. Y recupera esa idea de los griegos que les llevaba a adorar a los diferentes Temístocles, Leónidas y Alejandro Mango de su época, porque aparte de leyenda estaban hechos con un barro muy humano, como es la inteligencia, el coraje, la cólera, la ira y la compasión. Sus biografías, pletóricas de hibris y generosidades, estaban aquilatadas de ideales y también de ambiciones muy comunes. Pero, al final, dejaron un codicilo de aciertos y faltas que resulta edificante y adecuada para afrontar esa gran viñeta que es la vida.
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