
Cuartel emocional
Pacifismo en tiempos de guerra
Las voces que claman por el desarme y la paz suenan clamorosamente a utopía
Sólo nos falta que saquen una foto de John Lennon y Yoko Ono haciendo cánticos al amor y no a la guerra, cuando los misiles vuelan por el aire como si fueran una plaga de langostas, y no precisamente de las que se comen con mahonesa, ya me entienden. Los estupendos de ultraizquierda dicen que no al gasto armamentístico, pero hay algo en lo que no caen, y es que en cualquier momento podemos ser nosotros quienes necesitemos ayuda encontrándonos con las puertas cerradas de donde tuviésemos que llamar. El pacifismo es un concepto que ha ganado relevancia en los últimos siglos, abogando por la resolución de conflictos a través del diálogo y la no violencia. Sin embargo, en tiempos de guerra, las voces que claman por el desarme y la paz suenan clamorosamente a utopía o, en el peor de los casos, a una fingida ingenuidad. La realidad histórica nos enseña que la guerra no solo implica enfrentamientos armados, sino también una serie de decisiones difíciles sobre la protección y la supervivencia de las naciones y sus ciudadanos. El dilema del pacifismo en contextos bélicos plantea interrogantes profundos sobre la naturaleza humana y la necesidad de defensa.
En una era donde las amenazas pueden surgir de diversos frentes —militares, cibernéticos y económicos—, renunciar al armamento y a la capacidad de defensa puede interpretarse como un signo de debilidad. Esta postura podría dejar a un país vulnerable ante agresiones externas, lo que lleva a muchos a sostener que no se puede hablar de pacifismo y desarme mientras se libran guerras. Debilidad, una ridícula debilidad y un más que evidente arrinconamiento es lo que presentamos ante el mundo occidental con esta posición derivada de la ultraizquierda a la que nos vemos atados de pies y manos merced a los pactos de un presidente que no quiere moverse de su sillón, caiga quien caiga, con colaboradores corruptos y puteros, con jueces a sus pies aprobando amnistías inconstitucionales para favorecer a golpistas, terroristas y fugados e intentando ganar adeptos por su enfrentamiento con Trump, algo que ha evidenciado todavía más, si cabe, su insignificancia. Lo malo es que, ante el mundo, quedamos todos como mequetrefes, porque no se considera que una amplia mayoría no nos sentimos representados ni identificados con las políticas que llevamos padeciendo a lo largo de los últimos años, tolerando que el voto de un filo terrorista permita los atropellos a los que nos vemos abocados con tanta frecuencia.
La afirmación "El que quiera estar protegido frente al enemigo, que pague su cuota" pone de relieve una realidad económica y social. La seguridad nacional suele ser costosa. Los gobiernos deben asignar inversiones significativas en defensa, que incluyen tanto tecnología militar como el fortalecimiento de las fuerzas armadas. Este gasto se traduce en armas, personal capacitado y estrategias defensivas, componentes indispensables para garantizar la soberanía de un estado. Para muchos, estos gastos son una forma de asegurar la paz a través de la fuerza disuasoria. Pero aquí tenemos una serie de loros viejos y cucarachas rastreras que, bien por fanatismo o bien por ignorancia, parece que lo ignoran.
CODA. Si Trump nos sube los aranceles, tal y como ha amenazado si no apoquinamos el 5% del PIB, los sectores del vino y el aceite se van a ver muy afectados, y eso me fastidia por los muchos amigos ligados a estas producciones. Y, por cierto y en otro orden de cosas, me abstengo de comentar nada relativo a los avatares puteros de Ábalos.
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