Opinión
El “Cantar del Mio Garamendi”
El ejemplo que puso el presidente de la CEOE para justificar su apoyo al gobierno resulta tan excéntrico como despectivo hacia los catalanes
No entiendo muy bien a Garamendi. Es posible que mi condición de catalán me sitúe por debajo de su condición vasca. Durante muchos años tuve que sufrir ser considerado un mal catalán porque no sólo no era nacionalista, sino que no era socio del Barça. Churchill fue un político de un gran talento en diversos campos y entre ellos estaba su ingenio desbordante. Es verdad que siempre se utiliza como ejemplo incluso por mucha gente que nunca ha leído nada suyo. Es de las personas que me hubiera gustado conocer, porque era fascinante como estadista, periodista, historiador y protector de su nación. Fue muy valiente en momentos muy críticos y asumió el papel que le correspondía en la Historia. Una de sus muchas frases de diccionario de citas, que usan los que escriben de oídas, es cuando le preguntaron qué opinaba de los franceses y dijo «No sé, son muchos y no los conozco a todos». Me pasa lo mismo y no conozco a todos los vascos y, desde luego, a todos los catalanes. Los que conozco me caen por regla general muy bien, pero no me atrevería a generalizar como hizo ayer Garamendi que, como mínimo, debe ser el último descendiente legítimo de los señores de Vizcaya por delante, por supuesto, de Felipe VI y esa mítica hidalguía universal debe quedarle muy pequeña.
El ejemplo que puso para justificar su apoyo al gobierno resulta tan excéntrico como despectivo hacia los catalanes. El legítimo señor de Vizcaya, de Arriaga y de Guipúzcoa, que menos para el presidente de la CEOE, considera que «igual a un catalán no le gusta, pero este vasco dijo no a dos decretos sobre los ERTE». Esto es poderío y lo demás son tonterías. Está claro que la nacionalidad vasca le otorga una capacidad de discernimiento, una clarividencia y una soberbia ilimitadas. Es un paladín digno de ser inmortalizado como se hacía en tiempos medievales con una obra que podríamos denominar el «Cantar del Mio Garamendi», porque no hay hueste, fortaleza o ciudad que se le resista. La verdad es que tenía mejor opinión suya, pero siento haberme equivocado. He conocido a todos los presidentes de la CEOE e incluso tuve la gran fortuna de ser honrado con la amistad de Carlos Ferrer Salat, tanto, que fui asesor suyo en el Banco de Europa. Ninguno habría dicho tamaño despropósito.
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