Internacional
Trump, artista de bulos
Lo que se lleva hoy es dar pábulo a una trola que le asiente a uno en sus criterios y no le desmonte los principios
La justicia es ciega, pero a la verdad es que no se la quiere ni ver. Trump recomienda beber el gel hidroalcohólico para sanearse uno de coronavirus y cien tipos no lo dudan y se chupan el tarro de una sentada. Hay credulidades que asustan tanto como los fanatismos. Ha sido uno de los momentos estelares de EE.UU, citando a Zweig, y Alec Baldwin no ha tardado en inmortalizarlo en el «Saturday Night Live». El bulo antes era un lance vecinal y de colegio. Una retórica de portal para chismorrear del inquilino del quinto o dar pábulo a historiejas del alumnaje. Era la piedra angular del comadreo, lo que animaba la plática del ascensor, pero recientemente ha aumentado su caché y ha devenido en otra retórica más de la política. Trump, este campeón del narcisismo, aventó por ahí que el electorado jamás le penalizaría si fuera descerrajando disparos. Y los hechos parecen confirmar su baladronada. Más que votantes, lo suyo es pura feligresía.
Que la politería, tipo Trump o su primo ideológico Boris Johnson, recurran a faroladas, veladuras dialécticas o psicofonías verbales para escurrir bultos incómodos no extraña a estas alturas. Lo que asombra más es cómo esta infiltración de infundios cala en la conciencia de la ciudadanía o las ciudadanías. Habrá quien argumente que la peña no está al tanto de los pufos que nos marcan por la escuadra de las redes sociales o el programa interesado, y que en esta sociedad lo que se necesita es más contraste periodístico, más fact-checking, más newtral.es, más lo que sea, y sí, vale, pero también es cierto que mucha peña se pasa eso por la bisectriz.
Goya, a quien han tratado de restarle méritos hace poco tildándole de afrancesado, tuvo la iluminación de matar a la verdad en un grabado. La mirada negra del maestro siempre resultó rica en clarividencias. Anticipó con un buril lo que a estas alturas de la centuria es un hecho, que a la peña no le interesa tanto la verdad como que le reafirmen en sus ideas, buenas, malas, equivocadas o acertadas. Esto del debate se ha convertido a menudo en un diálogo de sordos (ya que acabamos de mencionar al de Fuendetodos) y ahora hay una masa muy encastillada en su ideología. Una gente poco interesada en escuchar otros argumentarios, no vaya a ser que por algún motivo se les caigan las certezas del sombrajo. La palabra no va quedándose hueca, sino sin ágora que la reciba.
Lo que se lleva hoy es dar pábulo a una trola que le asiente a uno en sus criterios y no le desmonte los principios. No se lee para informarse, sino para reforzar las propias razones, aunque sea con falsedades, medias verdades o «no verdades». Eso de que la democracia requiere individuos críticos y con un punto de ilustración está demodé. Esto parece ya una cancha de «hooligans» y forofismos variopintos, donde muchos prefieren vivir instalados en una mentira que arriesgarse con alguna verdad. Aunque eso conlleve tragarse medio litro de lejía.
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