Opinión

Giambattista Vico

Giambattista Vico (1668-1744) napolitano, abogado y filósofo, notable por su concepto de la verdad como resultado del hacer, es el descubridor del historicismo antropológico o, dicho de otro modo, puede haber una ciencia de la mente que es la historia de su desenvolvimiento y desarrollo. Sobre todo que las ideas evolucionan, como bien lo ha explicado François Dosse en «La marcha de las ideas: historia intelectual» (2003), su gran aportación a la historia de las mentalidades. Si de alguien puede afirmarse que se adelantó al futuro, en plenitud puede afirmarse de Vico, pues su obra más importante, la «Ciencia Nueva» (Principi d’una scienza nuova intorno alla natura delle nazioni) tuvo como objetivo la organización sistemática de las humanidades como una única ciencia capaz de explicar los ciclos históricos por los que las sociedades nacen y mueren. Fue despreciada durante el siglo XIX, como dice el gran historiador francés Michelet únicamente porque iba dirigida al siglo XX. Y también que las ideas evolucionan, que el conocimiento no es una red hierática de verdades eternas, universales y claras, sino que es un proceso social, cuyo rastro puede seguirse a través de la evolución de los símbolos, es decir, las palabras, los gestos y los cuadros, así como de cuáles son sus patrones de alteración, funciones de estructuras y usos.

Un oscuro profesor napolitano, nacido el 23 de junio de 1668, veintidós años después de Leibnitz y dieciocho años después de la muerte de Descartes, en un reino portador de una lenta vida intelectual, extrarradio de la Europa de los genios, proclama en una soledad que el cartesianismo puede crear un mundo perfectamente legal, al precio de perderse el mundo verdadero, el mundo de los hombres o, como la Antropología psicológica afirma, de las personas.

En su «Autobiografía» señala los cuatro autores en que se inspiró su pensamiento. De los antiguos, Platón y Tácito, éste contemplando al hombre tal cual es y Platón, tal como debe ser. De los modernos, Francis Bacon, de quien aprendió el papel que desempeña el mito y la imaginación en el progreso humano. Descubre, nada menos, la complejidad y la riqueza del universo cultural y cuáles son las leyes de ese universo; en segundo término, Hugo Grotio, de quien recibió la orientación para descubrir las leyes de la civilización que convierten la historia en un curso de acontecimientos. Como de Hobbes le impresionó no sólo su doctrina del experimento como una invitación de la Naturaleza, y también de que la filosofía civil, es decir la ciencia política, pertenece al campo de la verdad, «porque nosotros mismos hacemos la comunidad». Tampoco le fue ajeno el escolasticismo a través de una obra que en aquellos tiempos era de uso obligado, las «Disputationes metaphysicae» del jesuita español Francisco Suárez, publicada en Salamanca en 1597. Su vocación era el estudio de la Filología y el Derecho, combinando así la erudición empírica con la reflexión abstracta. Su primer escrito importante fue «De nostri temporis studiorum ratione», leído en 1708 y publicado un año después, ya revela una sólida formación humanística y una dotación intelectual crítica de la filosofía de Renato Descartes. En 1710 pública el «Liber metaphysicus», donde intenta llegar haciendo historia de algunas palabras donde fija su vocación metafísica, donde aparece la tesis fuerte de la gnoseología hasta las doctrinas de los primeros pueblos itálicos, jonios y etruscos, cuyas lenguas pasaron al latín. Aquí aparece la teoría del conocimiento de Vico. En 1720 dio al público una obra en que aparecen por primera vez las ideas de la «Ciencia Nueva» como una bandera: la mente comprende cosas en la medida en que el hombre lo alcanza: «De uno universi iuris principio», al que le siguió «De constantia iurisprudentis» y, en 1725, su obra fundamental «Principios de una Ciencia Nueva sobre la naturaleza común de las naciones». En 1730 reescribe la «Ciencia Nueva», de la cual aparecería una tercera edición después de muerto (1744).

Muchos rasgos le entroncan con la cultura filosófica del Barroco. El concepto de «ingenio», como facultad frente a la lógica, era un tema propio del humanismo renacentista, primer plano en la filosofía del Barroco: la identificación de la verdad con lo hecho como criterio de conocimiento es una opción que pudo tomar de Hobbes. El investigador italiano Rodolfo Mondolfo (1877-1976), filósofo de la cultura y de la historia, exiliado desde 1938 en Argentina, donde fue profesor de las universidades de Córdoba y Tucumán, sigue su huella desde la Antigüedad clásica hasta el Renacimiento.