Sociedad
Salimos de esta como las ratas
Los de nuestra especie en la capital lograron calmar su angustia ayer después de unos días en los que, como ellas, a punto hemos estado de comernos unos a los otros
Fase uno, día uno. La competición había comenzado. Entre mis contactos virtuales y residentes en el Foro ayer se dio una lucha con aroma a campeón del postureo: dirimir quién era el primero en mandar foto con botellín y dedal de olivas. No tardó el máquina muchos minutos cumplidas las doce, hora a la que reglamentariamente está permitido obviar el café con leche y pedir una cerveza mirando a los ojos al camarero. La ansiedad era grande y las dudas, muchas. Pero hubo un vencedor con los ojos inyectados en sangre autofotografiado en silla metálica. La expresión pretendía ser de placer y satisfacción pero era de pura ansiedad aplacada. Óleo sobre lienzo: «El de la máscara soy yo, aquí fatal, en la terraza».
En Estados Unidos, las autoridades han alertado de un grave problema. Tras dos meses con los bares cerrados, las ratas, igual que sus parroquianos, no han tenido qué echarse al hocico. No sólo eso: el incivismo de algunos con los restos del kebab, el donut o el perrito caliente se lo han ahorrado los neoyorquinos con el confinamiento, pero las ratas también han visto eliminado el segundo pilar de su dieta. Por eso, el Centro de Control de Enfermedades del país alertó ayer de «un aumento de la agresividad» de los roedores hasta el punto de producirse casos de «canibalismo» que además son cometidos a plena luz del día, a diferencia de las costumbres más nocturnas de estos animalitos: los hechos han aparecido en las noticias en Nueva York, Chicago, Washington y Nueva Orleans, en imágenes captadas por circuitos cerrados de televisión que llevaron al control de plagas a alertar a la población ante este aumento de la agresividad de los mamíferos. Así pues, podemos decir, sin estar exagerando, que las ratas están locas debido al cierre de los bares.
Otra de las consecuencias de la pandemia supondrá una herida de muerte para algunas de las elevadas costumbres gastronómicas estadounidenses, de los mitos de su refinamiento culinario. Ya se han anunciado dos prohibiciones de su tradición pantagruélica. Una, la del autoservicio, es decir, el buffet libre. Ya saben, el «all you can eat» podrá seguir siendo pero «you can’t touch anymore». La otra es el ocaso de los grifos de refresco para el rellenado sin fin, que van a ser retirados de todas las franquicias de comida rápida. Un golpe más a las libertades del pueblo americano.
En el ecosistema urbano, los bares son esenciales para ratas y humanos. Ellas viven en absolutamente todos los países del mundo y se extienden allá donde estamos nosotros, excepto en el desierto y en los glaciares. Los de nuestra especie en la capital lograron calmar su angustia ayer después de unos días en los que, como ellas, a punto hemos estado de comernos unos a los otros. Bueno, todavía seguimos en ello, lo he visto en las noticias. Pero ayer, por lo menos, salimos de la madriguera, con las orejas de punta, olfateando el ambiente, buscando un bar abierto en lugar de pelea.
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