Opinión
Hacedor de reyes
Entre las motivaciones que las naciones han tenido a lo largo de la historia para emprender una guerra, el miedo ocupa un lugar destacado. Recordemos esto mientras tratamos de averiguar aquello que pudo llevar al Presidente Putin a intervenir militarmente en Siria en Septiembre del 2015.
Quizás no seamos totalmente conscientes del gran número de cambios de régimen que se han intentado –y cuántos de ellos han triunfado o fracasado– desde el final de la Guerra Fría. Si nos limitamos a la periferia de la antigua URSS y al ámbito de las naciones árabes, encontraremos que entre las revoluciones en las repúblicas exsoviéticas de los años 2003 al 2008, cuatro cambios de régimen triunfaron y otros tres fracasaron; de las naciones de la primavera árabe (del 2010 al 11), ocho revoluciones se impusieron y diez no lo lograron. Si a esto sumamos las guerras previas tales como las de disolución de Yugoslavia (1995-1999), la de Afganistan (2001) e Irak (2003), alcanzamos la friolera de 28 cambios de régimen por la fuerza y eso contando las múltiples guerras balcánicas como una sola.
Conocemos la versión de distintas fuentes rusas acerca del origen de estas revoluciones. Una de las de mayor autoridad es la del General Gerasimov, el actual súper JEMAD ruso. Su percepción es que tras el empleo de medios militares en Yugoslavia y sobre todo de los malos resultados en Afganistan e Irak, los EEUU cambiaron de estrategia para los siguientes golpes de Estado empezando a utilizar medios indirectos y el pretexto de la imposición de la democracia. Concretamente atribuyen al Presidente Obama (2009-2017) valerse de estos procedimientos desestabilizadores con los levantamientos de la Primavera árabe pese a que –como hemos señalado anteriormente– más de la mitad fracasaron. Las revoluciones en las naciones exsoviéticas que antes de este periodo habían triunfado (Ucrania, Moldavia, Georgia y Kirguistán) afectaban evidentemente más a Rusia que lo que pudiera pasar en el mundo árabe. Pero ya habían sucedido y aunque dolorosas para ellos –especialmente unidas a la expansión de la OTAN hacia el Este– estaban siendo asumidas. Y entonces, súbitamente, algo nuevo sucedió que hizo «despertar» al Presidente Putin. Este punto de inflexión en la política internacional rusa creo que fue la intervención occidental del 2011 para cambiar el régimen libio del Coronel Gadafi apoyada por la administración Obama, discreta pero evidentemente. Putin debió pensar con todo aquello, que los norteamericanos volvían a emplear la fuerza para cambiar regímenes políticos ¿A quiénes afectaran los siguientes –el 29 y el 30– golpes de Estado? Y la respuesta que encontró –ciertamente un poco paranoica– debió ser: el 29 a Ucrania y después seguirán conmigo. Y claro, surtgió el miedo, esa potente fuerza que ya Tucídides nos advirtió hace muchos siglos puede mover a las naciones. Esto es –evidentemente– solo una teoría, pero confió que Uds. la encuentren fundamentada.
Una vez que Putin hubo decidido que había que parar la nueva oleada norteamericana de cambios de régimen –y especialmente ahora que volvían a coquetear con el empleo de la fuerza militar para lograrlo– Siria era el lugar adecuado para plantar cara. Sobre todo porque la administración Obama había mostrado allí una serie de incoherencias y vacilaciones que alcanzaron su punto álgido con la declaración de línea roja si el Sr. Assad osaba emplear armas químicas contra la población civil. Pero Obama no hizo nada cuando Assad las utilizo. Asi que aquí el Sr. Putin trazo su propia línea roja, eso sí sin publicarla: empezando por el Oriente Medio, había que evitar nuevas intervenciones norteamericanas. No porque a Putin le importara vitalmente esta región, sino más bien por temor a lo que pudiera pasar después en Europa.
Rusia tiene más ejército que economía así que la campaña en Siria no podía seguir la línea de la última intervención imperial soviética en Afganistan. Había que hacer algo enérgico pero barato y asequible. Supliendo la escasez de medios con la falta de escrúpulos. Los rusos aportaron básicamente la aviación y artillería de apoyo, la organización y la inteligencia. La infantería –las imprescindibles botas sobre el terreno– la constituye las desgastadas unidades del Presidente Assad apoyadas por las milicias de Hezbollah, asesores iraníes y un grupo de mercenarios rusos del grupo Wagner. Los aspectos más discutibles de la campaña rusa son los ataques directos contra la población civil y sus instalaciones de apoyo –incluidos hospitales– tratando de debilitar la moral de los sectores que apoyan a los rebeldes.
Tras Siria, los rusos están comenzando a intervenir en Libia –de momento solo con aviación y el grupo Wagner–ayudando al General Hifter contra el gobierno de Trípoli que tiene el apoyo de Naciones Unidas. Esto sin duda representa una pequeña venganza del Sr. Putin que no habrá podido olvidar el acuerdo del Consejo de Seguridad que autorizo la intervención de la OTAN en el 2011. Las intervenciones rusas en Siria y Libia han convertido a Putin en el interlocutor imprescindible de todo el Oriente Medio. Los argumentos de fuerza ahí se entienden claramente. Este apoyo ruso es atractivo para aquellos regímenes autoritarios –la mayoría lo son– que quieren blindarse ante cambios de régimen por la fuerza, ya sea en nombre de la democracia o de los derechos humanos. Al apoyar a Assad y Hifter, Rusia demuestra una iniciativa estratégica que pone a los EEUU a la defensiva en Europa y todo el Oriente Medio.
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