Opinión
Qué pasó
Los electores en Galicia y el País Vasco lo tienen claro. La anemia del PSOE demuestra que no tiene sentido apostar por una izquierda jibarizada, en labores de mayordomo con el nacionalismo, si en el menú del restaurante reluce goloso el producto pata negra. Lo de Podemos es distinto. Su electorado es ya indistinguible del de Bildu. Lo antisistema y lo mesiánico devoró cualquier vestigio progresista. En la pelea por la igualdad y la justicia ha elegido la carroña, el tigre dientes de sable de la tribu, la compañía del hampa. En cuanto al centro derecha, más de lo mismo: el PNV ofrece a quien lo escuche todas las ventajas del voto cautivo, todos los privilegios imaginables, fiscales, laborales y etc. Añadan la creciente imposibilidad de apostar en España por una identidad despojada de pringue identitario. Mientras las sucursales localistas del romanticismo alemán, los chiringuitos atroces de la desigualdad y la náusea, bien que espolvoreadas/actualizadas con los últimos modelitos publicitarios, del antirracismo al feminismo a la preocupación por el casquete polar, arrasan en un mercado político reducido a lo epidérmico y sentimental. Pero que nadie pregunte hoy por qué llegamos aquí. Que nadie escriba sin recordar antes lo que sucedió hace 20 años, cuando Nicolás Redondo Terreros y Jaime Mayor Oreja sellaron un pacto constitucionalista demonizado por la prensa teóricamente amiga. Que nadie calle ante las traiciones de los clérigos, que alentaron al inefable Zapatero a abrir todos los arcones de esqueletos y a blindar las futuras mayorías mediante la alianza contra natura con los algunos de los partidos más reaccionarios de Europa. Como comentaba un amigo el otro día, al final lo importante es que unos votan a los nacionalistas por puro interés y otros porque, más allá del pragmatismo, son unos fanáticos. Pero entre unos y otros laminan todo el terreno disponible y no queda nadie para plantar batalla. Y es muy posible que ya sea tarde y que no haya forma de reivindicar lo de todos, las ventajas de común y la necesidad de articular la convivencia con unos criterios que primen el interés del ciudadano sobre los depósitos de mineral idealista. Quienes trataron de dar la pelea fueron asesinados. El crimen rindió grandes frutos, frutos de sangre y mierda. Hoy millones de españoles preguntan qué hay de lo suyo mientras los muertos, muertos de asco, callan y comen tierra.
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