Opinión

Hacer la vista gorda

Gobernar en España es hacer la vista gorda. Que las leyes y reglamentos dicen una cosa, pero conviene otra, pues hacemos la vista gorda procurando que se note lo menos posible. Que a Don Torra le ha entrado ahora el furor por encerrar a los ilerdenses para que parezca que gobierna y que gracias a él esa enfermedad que le contagió España a Cataluña, Covid-19 le llaman, va a ser dominada, pues Don Illa le hace la vista gorda al decreto-ley del interfecto diciendo que no invade las competencias del Estado. Y si además toca un juez de guardia con aspiraciones de crecer en la profesión, mejor que mejor porque acepta el argumento sin remilgos.

Aquí la vista gorda se le hace a un roto y a un descosido. Gracias a ella han aumentado significativamente los titulados en ESO y en Bachillerato, aunque quepa dudar de sus conocimientos tras un curso accidentado como consecuencia de la epidemia. Conozco a profesores a los que les han recomendado que aprueben sin freno porque si no viene la inspección y les da la vuelta. En la selectividad otro tanto. Y para cerrar el círculo, el ministerio te va a dar beca aunque seas un zoquete. Muchos de estos llegan a la universidad con un cinquillo y acaban estancando la matrícula de los primeros cursos durante años. Es lo que hay. Eso sí, después llegan los políticos hablando del capital humano, de la generación de jóvenes mejor preparada del país, de la igualdad recuperada con la educación y del sursum corda, mientras los empresarios asisten impávidos al espectáculo de unos titulados que no saben hacer la o con un canuto.

La costumbre de hacer la vista gorda ha llegado tan lejos y se ha vuelto tan cotidiana que, incluso, afecta ya a la política exterior del país. Lo hemos visto estos días con la ronda europea del presidente Sánchez mendigando dineros por Europa para que le financien sus excentricidades sociales –y las de su socio el de las rebajas de presión sobre las mujeres jóvenes– gratis et amore. Y cuando alguien le recuerda que eso los países serios no lo entienden, entonces, perplejo, evoca la costumbre española hasta que, a trompicones, se cae del guindo.

Pero nosotros a lo nuestro, que es amagar con el Boletín Oficial del Estado para luego convertirlo en papel mojado. No me extraña, por ello, que un fino observador del país, como fue Gerald Brenan, acabara escribiendo que «en España los reyes y gobiernos legislan, los siglos pasan, pero los problemas fundamentales continúan en el mismo estado». «El laberinto español» ahí sigue con su perdurable lección.