Opinión

Quien resiste...

El enorme ruido mediático y el dramatismo del último Consejo de la UE le dan a Pedro Sánchez la oportunidad de jactarse de una victoria sin precedentes. Nada tiene que ver lo conseguido ahora con la imposición a Rodríguez Zapatero en 2010, ni con las extenuantes maniobras a las que se vio sometido Rajoy en 2012. Por eso mismo, conviene preguntarse por qué. Si tenemos en cuenta que esta es la segunda gran depresión en algo más de diez años y que viene causada por una enfermedad con decenas de miles de víctimas, no resultará difícil hallar la respuesta. La UE difícilmente habría sobrevivido a un bloqueo de las ayudas a los países del Sur como el que entonces se produjo. Las instituciones tienen su propia coherencia y estos días se recordarán como de esos en los que la lógica interna, enfrentada por una circunstancia externa particularmente dramática, acaba por imponerse. Los agentes han jugado cada uno sus cartas, y todos, en conjunto, salen beneficiados del acuerdo. Lo que cambia son los equilibrios internos y el propio peso de la UE, que cobra a partir de ahora una nueva identidad. El paso viene después de muchos años de reclamaciones acerca de la mutualización de la deuda. Una de las paradojas de este cambio, y no la menor, es que habría sido mucho más difícil sin el Brexit: los federalistas, es decir los partidarios de una mayor unión, deben darle las gracias a Boris Johnson y a Nigel Farage.

También abre un nuevo mundo, muy distinto de lo que la propaganda monclovita nos va a contar. El paso adelante dado en la unificación del espacio fiscal significa también una mayor unidad política y, con ella, una mayor solidaridad entre los países miembros. El acuerdo descarta los vetos por parte de estos, pero abre un mecanismo de control sobre el cumplimiento de lo acordado. No es mucho, y Sánchez e Iglesias, jugadores profesionales, ya estarán pensando en cómo burlarlo, pero está ahí, e introduce algo hasta ahora inconcebible: lo que ocurre en España, o en Italia, pasa a formar parte del debate político interno de los demás países europeos, y viceversa, claro está. Los incumplimientos no tendrán sólo repercusiones internas. También lo tendrán en la vida política de los demás países. Por ejemplo, la continuación de políticas populistas e irresponsables, como las de Italia, Francia y España, pueden convertirse en una amenaza para la estabilidad del resto y para la estabilidad de la propia Unión. No es inconcebible un rebrote de populismo si los países del Sur no hacen el esfuerzo al que se condicionan las ayudas y con él el avance hacia la nueva UE.

Internamente, no queda más remedio que contemplar el triunfalismo monclovita, que convertirá este acuerdo en una victoria del Gobierno y, más concretamente, en una victoria personal de Sánchez. Se hablará también del papel –crucial, cómo no– que nuestro país ha tenido en este alumbramiento. Es cierto, pero de una forma distinta a cómo se va a contar. El éxito europeísta de España no viene en este caso de un esfuerzo económico y fiscal, como ocurrió con Aznar y con Rajoy. Procede, además de la lógica interna de las instituciones, de la generosidad bien entendida de los llamados «frugales», que no piden dinero al resto y sabían lo mucho que se jugaban con el acuerdo, entre otras cosas, la continuidad del mercado único. Y también procede, por parte de España y de Italia, de su capacidad para resistir. Sánchez ha aprendido bien cómo se gobierna en minoría. También ha aprendido eso de «quien resiste…»