Opinión

Estado de desastre

El Estado de Victoria, en Australia, ha activado la orden de desastre. Las autoridades intentan detener la expansión incontrolada del covid-19 en un país que había gestionado bien la epidemia, con pocas infecciones (unas 18.000 personas) y escasas víctimas (algo más de 200). Ya no es así. En nuestro país vivimos una situación distinta. Desde que se acabó el estado de alarma hace 40 días, llevamos 42.118 infectados, con las consecuencias previsibles de hundimiento del turismo, una de las principales industrias del país, y la depresión de una economía basada en los servicios. Como se explicaba ayer en estas mismas páginas, no ha habido criterios claros, ni un mínimo de unidad, ni control de la situación. La «desescalada» ha resultado un fracaso, que repite el fracaso de los meses de febrero y marzo, cuando se desencadenó la tempestad sin que el Gobierno moviera un dedo para evitarla.

Entonces se trataba de fingir la continuación de una normalidad inexistente. Ahora se trata de fingir que hemos alcanzado una nueva normalidad tan ficticia o más que aquella, porque si entonces la propaganda podía convencer a una población que no era capaz de imaginar lo que llegaba, ahora los tiene más que sobrados. Seguimos, sin embargo, en la retórica de los brotes verdes y del disfrutar (palabra siniestra donde las haya, cuya utilización da la media exacta de la pulsión suicida de quien la usa). A la espera de las malas noticias. Los gobernantes, cumplidas dos ceremonias absurdas con las que se han dado a sí mismas el espectáculo del cierre de ciclo, se van de vacaciones.

La clase dirigente de nuestro país pretende hacernos creer que vivimos en estado de disfrute y normalidad, nueva o antigua, con una economía en caída libre, un desempleo galopante, una epidemia en plena ofensiva, las tendencias disgregadoras en auge y, para rematarlo todo, un gobierno basado en una coalición de peronistas y antisistema. Que cifre la salvación en los entre 20 y 35.000 millones de euros al año que vamos a recibir de la UE a partir de 2021 supera cualquier grado de cinismo conocido. De este desastre, peor que el del Estado de Victoria, sólo saldremos con reformas considerables, que necesitan el apoyo de una mayoría parlamentaria consistente, capaz de confiar en el poder de la verdad. Deberíamos ser capaces de prescindir de la propaganda y las sonrisas impostadas, a lo Simón.