Opinión
Pavor, simplemente pavor
DOBLE FILO
PAVOR
Por absoluta casualidad he tenido que viajar de una punta a otra del país en apenas cinco semanas. Se me han juntado los viajes laborales acumulados tras el confinamiento con desplazamientos vacacionales, de manera que en muy poco tiempo he tenido la oportunidad de pulsar la situación comercial en Canarias, Andalucía, Baleares y Valencia. El panorama es dantesco y se lo resumo al lector.
En las preciosas Canarias las zonas más hoteleras están desiertas. Por primera vez los bares permanecen cerrados, complejos turísticos clausurados dan aires desoladores a las calles y la ocupación está al 30 o el 40 por 100. Los extranjeros apenas vienen. En Baleares, los dueños de los bares y comercios no saben qué hacer. Durante días he visto los establecimientos vacíos y los responsables de los restaurantes de pie ante salas completamente desiertas, mañana, tarde y noche. Camareros acostumbrados a sacarse seis mil euros por temporada estival permanecen en el los ertes, las familias han renunciado a las vacaciones y hacen cuentas para pasar el invierno. La cuarentena anunciada para los británicos y las reticencias de los alemanes han dejado Mallorca desolada. En las costas andaluzas hay algo más de turismo nacional, pero las cifras dejan mucho que desear. Lo mismo ocurre en Valencia.
Hay dos formas de hablar de economía. Leer las páginas macro de los diarios o escuchar las conversaciones domésticas. Las mías, mientras yo viajaba, me han ido helando la sangre. El contrato de mi hija en una empresa nacional de grandes almacenes ha concluido sin renovación, así que ha pasado el verano en Suecia, trabajando en el sector hotelero de uno de los pocos países que ha decidido “pasar” del covid, pero en Suecia anochece a las once y media y es de día a las tres y media y el verano ya ha pasado. La tengo de vuelta en septiembre y se pregunta por el futuro. El mayor de mis chavales está en Bulgaria, en una multinacional, y ha decidido perder su viaje a Madrid porque se le exige cuarentena. No lo veremos por ahora. El tercero de mis hijos trabaja en el sector taurino nacional y no ha habido temporada. Tal vez pueda comercializarse algo en otoño, no se sabe. Mi ahijada lleva desde marzo sin poder examinarse de las oposiciones que preparaba. El corona se las llevó por delante y espera que se convoquen las pruebas en noviembre. Las doce horas de estudio se endurecen día tras día, sin perspectiva.
He sido así de transparente porque a nosotros nos va bien. Todavía nos quedan reservas. Aún mis chavales encuentran tarea en el extranjero. Me pregunto, en estos días de agosto, qué será de los que dependen del trabajo en bares y restaurantes. De los que carecen de ahorros. De los que, en mil empleos –taxis, transportes interurbanos, servicios- van a ver parado el negocio. Me da pavor.
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