LA RAZÓN

Hipocresía y falsedad en Podemos

Es seguro que la decandencia electoral, y por tanto política, del partido de Iglesias, Montero y compañía no sólo tenga relación con los frentes judiciales pendientes, sino con que la exposición pública ha desnudado la mascarada de un proyecto de casta que no aguanta un mínimo test de estrés democrático

Unidas Podemos se ganó buena parte de la confianza de un número notable de españoles con distintas banderas que recogían la desazón y la desafección de una sociedad maltratada por una crisis devastadora con estragos y secuelas que conmovieron los pilares que parecían más sólidos en aquellos momentos. El discurso de los necesitados y maltratados, el de los indignados con el sistema, caló en aquel escenario en cuestión que se conformó casi como una fórmula magistral de laboratorio en el que germinar, crecer y desarrollarse.

Y lo cierto es que los dirigentes del partido morado han explotado esas anómalas y coyunturales circunstancias de manera espectacular hasta alcanzar un estatus personal e institucional realmente sobresaliente en poco menos de una década. Hasta haberse constituido en un poder creciente entre la partitocracia que tanto denostaron y en la que definitivamente se han acomodado, con la entrada en el Gobierno pese a su peor resultado electoral y una dinámica en aguda depresión. De entre todas esas vigas maestras que han sostenido la narrativa populista, la igualdad entre hombres y mujeres, la causa feminista, cuajada en ideología de género, ha resultado quizá, sino la más significativa -hay otras muchas-, sí la de mayor eficiencia en cuanto a réditos para el partido y su cúpula.

En ese medio de superficialidad y relativismo, de agitación e imagen, de cortoplacismo y ligereza, sus eslóganes, su propaganda agresiva y su teatralidad contumaz han funcionado, con un acompañamiento generoso de financiación pública a medida que los círculos se enquistaban en las administraciones. El paso del tiempo está provocando, sin embargo, un inquietante desgaste de materiales en una arquitectura ideológica y grupal que llegó como promesa de regeneración, y se ha erigido como legataria de la más añeja política, de esa que predica virtud y acredita una ejecutoria repleta de sombras y falsedades. Incluso, en aquello que se ha formulado como un credo para los seguidores de Unidas Podemos como las políticas de igualdad y equidad entre todas y todos, conforme a su convención léxica, que les ha permitido beneficiarse de un Ministerio del ramo.

Pero ese compromiso radical que rezuma el discurso y la institucionalidad de Unidas Podemos no afecta a su ejecutoria. Es decir, los hechos no secundan sus palabras. Resulta que el partido que exigía la paridad en las instituciones contrata a más hombres que mujeres en una tendencia marcada desde su fundación. En 2019, por ejemplo, ha incorporado el 53,7% de hombres y 46,2% de mujeres, mientras que en el año precedente la brecha fue de 54,5% hombres y 45,4 mujeres. Estamos, por tanto, ante la constatación de un espejismo.

Las cifras desmontan por sí solas la retórica demagógica de una organización que ha hecho de la equidad su razón de ser y que se muestra incapaz de preservarla en sus estructuras y decisiones. Que exige y reprocha a otros, incluso a esta sociedad de «rasgos heteropatriarcales» que tanto denosta, aquello de lo que se olvida de puertas para dentro. La vieja ley del embudo. Tanto que, por ejemplo, el Ministerio de Igualdad fijaba en junio como requisito para subvencionar a las asociaciones candidatas a sus programas que el 65% de la plantilla fueran mujeres.

Es más que seguro que la decadencia electoral, y por tanto política, del partido de Iglesias, Montero y compañía no sólo tenga relación con los frentes judiciales pendientes, sino con que la exposición pública ha desnudado la mascarada de un proyecto de casta que no aguanta un mínimo test de estrés democrático. Ni la hipocresía ni la doble moral son rasgos de una conducta de poder que puedan ser enmascarados eternamente. La realidad es que la igualdad sólo es una eslogan al servicio de un partido que la ignora.