Opinión
Lealtad a la Corona y respeto a la Constitución
Un modelo descentralizado no es malo si hay lealtad al rey, así como respeto a la Constitución y al resto del Estado. No es, precisamente, lo que hacen los nacionalistas catalanes destruyendo la convivencia en Cataluña y provocando el enfrentamiento con España
No tengo ninguna duda de que el PNV ha sido siempre mucho más hábil que el nacionalismo/independentismo catalán. Ha sabido situarse en la centralidad de la vida pública vasca y ha gobernado ininterrumpidamente desde la Transición hasta nuestros días, salvo el paréntesis del disparatado gobierno de Patxi López donde el PP cometió el inmenso error de apoyarle prácticamente gratis total. Nunca lo entenderé. La ingratitud socialista fue absoluta. Fue una auténtica excentricidad de los populares, porque lo lógico hubiera sido un gobierno de coalición que les normalizara institucionalmente, pero fue uno de esos disparates políticos que solo se les ocurre a ellos. Lo mismo sucedió en Cataluña en 1995 y 1999 donde se apoyó a Pujol sin ninguna contrapartida con la excusa de que este garantizaba la gobernabilidad de Aznar, era la época de hablar catalán en la intimidad, como si hubiera tenido otra alternativa. El PP no obtuvo nada y el nacionalismo catalán se puso las botas con el famoso pacto del Majestic. Este festín nacionalista de 1996 tuvo como premio, además, que los convergentes les estigmatizaron a la que tuvieron la más mínima oportunidad.
Los nacionalismos contemplan a España como una vaca a la que ordeñar y llevan desde el siglo XIX haciéndolo con un absoluto descaro y ante la miopía del resto de formaciones que se creen que las cesiones, algunas realmente humillantes, conseguirán resolver el problema territorial. No entienden que la debilidad es su fuerza y que cuando no pueden obtener nuevas concesiones se quedan en la retaguardia a la espera de que llegue una nueva oportunidad, que siempre llega, como sucede actualmente. Las elites burguesas, que sustituyeron progresivamente a la nobleza y la burguesía del Antiguo Régimen, han adquirido el hábito, salvo excepciones, de ser desleales con el resto de España. Los nuevos ricos que van sustituyendo a industriales y comerciantes en decadencia, en el característico ciclo empresarial del capitalismo, entendieron muy bien que Madrid era el enemigo perfecto y que tenían que contar con poder político en las Cortes Generales para conseguir normas jurídicas favorables, concesiones y partidas presupuestarias.
La parte deleznable de este proceso es la deslealtad. La negociación es algo que resulta razonable para cualquier diputado o senador, desde entonces hasta ahora, en defensa de su tierra como sucede en todas las democracias del mundo. La anomalía española es, precisamente, los voraces nacionalistas que tienen como objetivo último conseguir la independencia, aunque siempre en condiciones ventajosas que les permita seguir con su vocación extractiva de los recursos del conjunto de la nación. El caso catalán es el más lacerante, porque se ha visto siempre beneficiado en el terreno económico, sin importar los regímenes que se han sucedido, incluido el franquismo, por los gobiernos españoles. Al margen de las mentiras del catalanismo político, que ha manipulado la Historia común con una desfachatez impresionante, la otra realidad, el asalto al poder en Cataluña y en el conjunto de España para conseguir ventajas económica, ha sido impresionante.
Hay que reconocer que el nacionalismo vasco, no me refiero por supuesto a los criminales de ETA y sus seguidores, ha sido mucho más hábil y elegante. Es cierto que las mentiras históricas de Sabino de Arana y sus seguidores son grotescas, ya que los territorios vascos han sido y se han sentido siempre españoles. La administración pública estuvo llena de fieles funcionarios de origen vasco desde la Corona de Castilla hasta nuestros días. Una vez más, el falseamiento histórico vasco se puso al servicio, con ayuda de lamentables pseudohistoriadores, del nacionalismo. Una vez constatada esta realidad cabe reconocer que el PNV es hábil en su estrategia y muestra una capacidad de negociación que contrasta con el esperpento que se vive desde hace décadas en Cataluña. Este sábado tuvimos un ejemplo de ello cuando Urkullu juró el cargo «con lealtad a la Corona y respeto a la Constitución». Lo hizo ante el árbol de Gernika, como es tradicional, diciendo: «Humilde ante Dios y la sociedad, en pie sobre la tierra vasca, bajo el roble de Gernika, en recuerdo de los antepasados, ante vosotros, representantes del pueblo, juro desempeñar fielmente mi mandato».
Creo que el conjunto es una muestra de inteligencia y sensatez que comparto. En primer lugar, la lealtad a la Corona y el respeto a la Constitución, aunque sea independentista, es una muestra de respeto institucional, compromiso público y sentido común. Por cierto, nada que ver con el esperpento que vivimos al inicio de cada legislatura con los representantes de Podemos y el independentismo catalán en el Congreso y el Senado y, por supuesto, con la locura que existe en Cataluña por culpa del independentismo. La referencia a Dios y la sociedad me resulta entrañable, así como el recuerdo a los antepasados es muy bonito, porque incluye a todos aquellos que sirvieron lealmente a España y el País Vasco, que se sintieron muy vascos, pero también muy españoles. No solo no son dos términos incompatibles, sino que están profundamente unidos dando sentido el uno al otro. En mi caso soy catalán, aunque les moleste a los independentistas, y es mi forma de ser español. Es un sentimiento profundo que me acompañará hasta mi último aliento y me siento muy orgulloso de ello. No tengo porque renunciar a ninguno de ellos.
La tragedia política de nuestros días es el independentismo catalán que quiere destruir a España y no incluyo, expresamente, al vasco que representa el PNV porque muestra una inequívoca lealtad, como expresó Urkullu, aunque busque siempre beneficiar a su tierra. Cuando se produce con luces y taquígrafos no hacen otra cosa, como sucede con otras formaciones, que intentar aplicar su programa electoral y obtener ventajas. Un modelo descentralizado no es malo si hay lealtad al rey, así como respeto a la Constitución y al resto del Estado. No es, precisamente, lo que hacen los nacionalistas catalanes destruyendo la convivencia en Cataluña y provocando el enfrentamiento con España.
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