Opinión

Los ataques al legado hispánico en EEUU y el “melting pot”

Las autoridades académicas, municipales y estatales de Estados Unidos que han tolerado y colaborado en la demolición de una huella espiritual y material tan importante deberían saber que están renunciando a un segmento insustituible de su propia historia

Eduardo Garrigues

La campaña contra el legado hispano en EEUU iniciada cuando la Universidad de Stanford (California) borró de las calles de su campus el nombre de Fray Junípero Serra ha tomado recientemente un sesgo más violento con la destrucción de símbolos de la colonización española en América, incluyendo la figura de Cristóbal Colón. La campaña anti- colombina ha tomado tal auge que se intenta borrar su nombre del estado que hasta ahora se conocía por Columbia.

En estados como Nuevo México y California, que fueron explorado y colonizados por españoles, se han destruido los monumentos que recordaban estos personajes de la historia común, como Juan de Oñate, Diego de Vargas y Juan Bautista de Anza, el fundador de San Francisco.. En la vorágine de destrucción de todo lo que pueda representar la cultura hispánica, los vándalos han mancillado una estatua de don Miguel de Cervantes –olvidando que una buena parte de la población estadounidense habla el mismo idioma del escritor español–.

El «melting pot» ideológico

Para definir el proceso de integración de la sociedad estadounidense, se utilizaba antes la expresión «melting pot» (cuenco de fundición) pero ha sido sustituida por el término «salad bowl» (cuenco de ensalada) que refleja mejor el fenómeno de que ciudadanos procedentes de diversos orígenes y culturas se integren en la misma sociedad sin perder sus señas de identidad. Sugiero utilizar de nuevo el térino «melting pot» para describir la amalgama de motivaciones que se aducen para justificar estos actos violentos. Desde la protesta contra los repetidos abusos de la autoridad policial contra ciudadanos negros; pasando por la denuncia contra la supuesta subyugación de la población indígena durante la colonización española; y la condena a todo lo que pueda estar remotamente relacionado con el racismo. Lo que puede ser lógico en el caso de los generales de la Confederación sudista que favorecía la esclavitud pero no en el caso del gobernador español de Nuevo México Juan de Oñate, que estaba casado con una nieta de Moctezuma.

Quien quisiera borrar el legado hispánico en el sudeste americano tendría que empezar por destruir las viviendas edificadas con la arquitectura del adobe, cegar las acequias que han constituido el sistema de irrigación de todo el valle del Río Grande y sacrificar los rebaños de caballos y de cornilargos que llegaron a Norteamérica por obra y gracia a la colonización española.

Otro elemento que resultaría difícil eliminar sería la presencia y vigencia de la lengua española en esos estados del sudoeste. Todavía en 1922 los «Forest Rangers» (guardas forestales) llevaban consigo un léxico en español y en inglés que recogía la equivalencia en ambos idiomas en términos relativos a la agricultura, la ganadería y la explotación forestal. En los diccionarios del inglés aparecen términos hispanos como adobe, viga, arroyo o «mustang» (derivado de «mesteño», caballo cimarrón, que proviene de La Mesta). Los vocablos «rodeo», «lasso» (lazo) o «reata» se han convertido en señas de identidad de la cultura anglosajona en el Oeste.

Prejuicios antiespañoles

Las autoridades académicas, municipales y estatales de Estados Unidos que han tolerado y colaborado en la demolición de una huella espiritual y material tan importante deberían saber que están renunciando a un segmento insustituible de su propia historia. Esta tolerancia culpable sólo se explica por la pervivencia de los prejuicios antiespañoles que, se han ido filtrando hasta hoy en el inconsciente colectivo –en el «melting pot» cultural–, que provienen de la propaganda anti española de los países europeos que pugnaban por la hegemonía mundial.

La presencia de estereotipos antiespañoles se observa ya desde la primera fase de la relación entre los Estados Unidos y España cuando, tras haber constituido un aliado imprescindible en la guerra contra Inglaterra –una vez conseguida la independencia y la paz–, resultaba un rival incómodo para la expansión hacia el oeste que constituía uno de los objetivos prioritarios de la revolución. Por entonces los dominios españoles se extendían a 2/3 de lo que hoy constituye el territorio continental de los Estados Unidos.

Esos mismos estereotipos fueron utilizados durante la expansión hacia el oeste por los pioneros americanos en territorios que habían sido españoles y luego mexicano, como destaca el profesor David J. Weber en «Foreigners in their native land» (Forasteros en su propio país) (UNMPRESS 1973) citando como ejemplo a Josiah Gregg, comerciante anglosajón en la ruta de Santa Fe: «Los nuevomexicanos parecen haber heredado gran parte de la crueldad de sus ancestros y una porción no escasa de su intolerancia y fanatismo».

Aunque algunas de las críticas contra el legado hispánico estén basadas en acusaciones de racismo, la mayor parte de los esos argumentos contra españoles y latinos están basados en el principio anglosajón de su superioridad racial.