Opinión
Diferentes jueces, pero jueces
En su momento me impresionó. Me refiero a la capilla ardiente de Antonin Scalia, juez del Tribunal Supremo norteamericano fallecido en 2016. Scalia era calificado como claramente conservador, que fuese nombrado por Reagan no quitó para que Obama y su mujer acudiesen al velatorio en la sede del tribunal. Días después se celebró el funeral al que acudió el vicepresidente Biden, actual candidato demócrata.
Ahora ha fallecido la juez del Tribunal Supremo Ruth Bader Ginsburg, uno de los iconos de la izquierda norteamericana. Nombrada por Clinton, el velatorio ha sido nada menos que en el Capitolio, con asistencia de Trump, también acompañado de su mujer. Días antes el féretro de Ginbsburg –como en su día el de Scalia– fue velado en el Tribunal Supremo. En ambos casos toda la clase política se dio cita. Y añado que pese ser ambos jueces polos opuestos, siempre se resaltó su amistad.
Todo esto algo de melancolía sí que da y no lo digo por el boato. Por si hubiere algún malicioso vaya por delante que no reclamo que los magistrados del Tribunal Supremo tengamos aquí un trato análogo por parte de la clase política en general y gobernante en particular. El americano y el nuestro son mundos judiciales diferentes, responden a culturas jurídicas y políticas diferentes y la norteamericana tiene carácter propio, incluso dentro del mundo jurídico anglosajón. Sistemas judiciales distintos pero la sustancia es la misma: que jueces independientes hagan Justicia. Por reclamar sí que reclamo el respeto al menos formal, espectacularmente formal- que la clase política, con el presidente en cabeza, muestran hacia la Justicia: eso sí es transferible.
He hablado de culturas jurídicas distintas, muy distintas. El Derecho norteamericano evoluciona a golpe de sentencias, algunos verdaderos monumentos de la cultura jurídica universal. Es un Derecho de jueces, de ahí su protagonismo. El europeo es un Derecho de códigos y leyes, el protagonismo es del legislador, el juez ejerce un poder del Estado sometido al imperio de la ley. En Norteamérica el juez es un referente social y si se trata del Tribunal Supremo, es clave en el funcionamiento institucional del país, su nombramiento es un acontecimiento político y social –véase ahora con la postulación de la juez Barret– y una de las principales funciones del presidente. Fuera de la justicia federal –un sistema integrado por tribunales de distrito, de apelación y el Supremo– la Justicia estatal es un mosaico. Cada Estado tiene su sistema de elección de jueces, cuántos años ejercen o la posibilidad de seguir. Cabe así que haya jueces que designan los gobernadores o los legisladores; también cabe la elección popular partidista o no, o un sistema mixto basado en méritos. En el caso de la justicia federal quien nombra es el presidente con el consentimiento del Senado y, tratándose del Supremo, consultando a sus miembros. Y no todo es jauja. Tensiones las hay, la idea de politización siempre late, el nombramiento de cada juez del Supremo concita intereses políticos y si el presidente se equivoca lo lamentará. Suele citarse a Eisenhower que durante su mandato nombró a cinco jueces del Supremo. En una entrevista se le preguntó por su mayor error político y citó el nombramiento de uno, ¿y su segundo mayor error? –preguntó el periodista–, haber nombrado a otro, respondió.
En España nuestro estatuto es de inspiración napoleónica, funcionarial: integramos una carrera escalafonada, se selecciona por oposición, somos inamovibles. Y el sistema funciona. Como para los norteamericanos funciona el suyo, un sistema inconcebible en Europa por su politización, pero una vez nombrado lo que impera es el respeto hacia el juez. En España de vez en cuanto –ahora vuelve– la izquierda replantea el sistema de selección de los jueces, no porque desee una mayor calidad sino porque detesta una Judicatura incontrolada y la quiere formada por sus comisarios políticos e ideológicos.
Jueces de dos sistemas muy distintos, pero jueces. Ya he dicho que con lo que sí me quedo del norteamericano es con el respeto hacia su Justicia, un panorama muy distinto al nuestro. Repásense los agravios y desprecios hacia la Justicia de apenas un mes. Es el problema que padece la diosa Justicia en España, cuando desde la política le vocifera en la cara quien padece de halitosis ideológica.
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