Opinión
Leer a mujeres, quemar libros
Me entero por mi comadre, Rebeca Argudo, de la deplorable iniciativa LeoAutorasOct. Algo así como un boicot en razón de los genitales o la identidad de género. Auspiciado por una serie de tuiteras. Las presumo tuiteras por sus atributos genéticos y sus características fenotípicas. Pero a saber. Sea como sea, ya digo, aspiran a que durante el mes de octubre sólo leamos a mujeres. Entre las que están incluidas, digo yo, las propias impulsoras de la iniciativa. Ante semejante imbecilidad el cuerpo pide no leer a ninguna mujer durante los próximos 30 meses. Si en los tiempos del bachillerato uno tenía por norma leer cualquier libro excepto aquellos a los que el profesor obligaba, o sea, si cuando tocaba Baroja yo me ponía con Stendhal y cuando Stendhal servidor andaba con Delibes y así, como para seguir ahora, con 44 años y dos hijos, las consignas de unas adolescentes mentales, más o menos woke, y como para comulgar con los evangelios de la discriminación políticamente correcta. Que es tan repugnante y odiosa como cualquier otra discriminación. Pero ni siquiera para el boicot sirvo: mañana mismo habré olvidado el runrún gilipollas de LeoAutorasOct. Y pasado mañana estaré con Simone Weil y los ensayos políticos incluidos en Opresión y libertad. O con la Responsabilidad personal y colectiva de Hannah Arendt. O con La servidumbre voluntaria de Étienne de la Boétie. Todos ellos publicados en los últimos meses por ese editor formidable que es Roberto Ramos Fontecoba, que con la editorial Página Indómita va camino de levantar el catálogo de ensayo político más deslumbrante jamás editado en lengua española. Por supuesto que Página Indómita no publica (y yo no pienso leer) a Weil, Arendt o Boétie por motivos relacionados con sus cromosomas sexuales, la arquitectura de sus gónadas, la morfología de sus genitales o la presencia de determinadas hormonas en su torrente sanguíneo. Tampoco importa su identidad de género, los roles asociados, los constructos sociales donde pudieran sentirse más cómodas y etcétera. A mí, llámame facha, sólo me interesan los textos. Si merecen la pena. Si asoman el hocico a lo indecible. Si arriesgan. Si se comprometen con la búsqueda de la verdad. Si detestan el tópico y rechazan la frase hecha y si están escritos con potencia y eficacia. Si no resbalan por la viscosa pendiente de la hermenéutica para iniciados. Si encaran los asuntos que importan. Si no piden perdón por anticipado, no anhelan la bendición de los popes del cementerio y no buscan camuflarse en el discurso ambiente de la época. Si sus autoras, por decirlo con Félix Ovejero y Césare Pavese tienen los «cojones duros». Otra cosa es que mi incapacidad casi genética para seguir consignas, incluidas las mías, me engañe respecto a la naturaleza totalitaria de LeoAutorasOct. Empiezas por ahí, con la típica chuminada que parece y luce inane. Y acabas en el BOE. Legislando sobre la vida de los otros, de la estantería al jergón y viceversa, bajo la mirada rapaz del comisariado político. O directamente en la plaza, quemando libros incómodos. E incluso autores.
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