Opinión

Madrid se ahoga y Simón bucea

En las calles de Madrid se respira, sea la sustancia que sea, como cada día. El miedo aún no ha traspasado con su virulencia de tornado las trincheras del frente nacional. Hemos descubierto que el virus también tiene ideología. Panda de fachas, a ver si acabáis como Trump (no como Irene Montero, como Trump, que debe ser que como es antipático se lo merece más). Las parejas toman el sol de la misma forma que si les fueran a robar el bolso. Se agarran a la luz con un hilo casi imperceptible que si se viera sería una cuerda de varios nudos. En el supermercado del barrio el pescadero se despereza al mediodía. Cuesta pensar que lo que vende ha sido capturado por hombres de mar a los que les importa una higa la teoría de la colocación de la merluza. Todo es de un sano aburrimiento. La noche anterior de esta nada que al Gobierno le hubiera gustado que fuese el fin del mundo, con su rompimiento de Gloria en el horizonte y las puertas pintadas con sangre, el señor Simón hacía de tonto útil, o inútil, vaya a saber, por televisión. Antonio, 86 años, me preguntaba qué podía hacer al día siguiente mientras el hombre se zambullía en Mallorca y pregonaba que admiraba a Pedro Sánchez. Cómo no. Si lo mantiene ahí con más de 50.000 muertos de los que algunos tiene la culpa y de otros no. Eso dice. «Haga usted lo de siempre», le contesté a Antonio. «Quedarme en casa, pues». Pues. Simón aparecía beatífico deportivo, esa ridiculez «kitsch» de las estampas de los santos a los que aun así rezamos. Toda esa parafernalia indumentaria del ejercicio «non stop» al aire libre me pone nervioso. A punto estoy de birlar un lorazepam. España ha dejado su destino en la cabeza de este señor que se pasea en chanclas y pantalón corto a la vez que comienza el toque de queda en Madrid. La OMS declara que no entiende la evolución de la pandemia en España. Si le pasan el vídeo de Calleja encajará el puzzle a la perfección y puede que hasta proponga un muro a lo Trump, del cabo de Trafalgar al de Finisterre. Que encierren a estos locos en su propio manicomio y le den las llaves a Simón, el amo de nuestro calabozo.