Opinión
Ni meritocracia, ni ascensores
El progreso económico de personas y empresas es descrito a veces con palabras como meritocracia o movilidad o incluso ascensor social, que pueden dar pie a la confusión.
En nuestra lengua, «meritocracia» tiene sobre todo un sentido político: «Sistema de gobierno en que los puestos de responsabilidad se adjudican en función de los méritos personales». La política no es así, y muchos prosperan en ese ámbito por deméritos, como la obsecuencia o la falta de escrúpulos. Los méritos funcionan mejor en la sociedad civil, por una razón elemental: si los empresarios, profesionales o trabajadores, no hacen bien su tarea, corren el riesgo, más pronto que tarde, de ser reemplazados por otros que sí lo hagan. Esa competencia nos presiona a todos los que vivimos fuera de la política a realizar bien nuestro trabajo. El contraste con el mundo político es patente, porque allí hemos visto labores deficientes que no han sido prontamente castigadas por los votantes.
También es equívoca la noción de movilidad o de ascensor social. La sociedad no se mueve, lo hacen las personas. Lo que tiene la sociedad es un conjunto de reglas e instituciones políticas y legislativas que pueden promover que las personas progresen, o no.
Aún más distorsionada es la imagen del ascensor, que sugiere que son fuerzas ajenas las que nos llevan hacia arriba, o hacia abajo, y que las personas nos limitamos a apretar botones. Otra vez, esta imagen se ajusta mejor a la política, donde sí puede suceder que la mejoría o el empeoramiento no dependan de nuestro esfuerzo y talento, sino de pulsar bien botones o teclas, o no.
En este río revuelto, hay ganancias profusas para los pescadores capaces de atraparnos con las redes de la superchería ideológica. Ahora utilizan con denuedo el camelo de la desigualdad, arguyendo que la libertad produce resultados desiguales, porque el mercado libre provoca la gran injusticia de que no todo el mundo puede progresar por igual: no hay sitio en la cima, se nos asegura. Es necesario que el Estado intervenga. Pero precisamente esa intervención es lo que dificulta el progreso de las personas. De algunas, claro.
Es indudable que no todos podemos tener un chalé de lujo con una piscina privada. La clave del asunto es cómo llegamos a esa cima, si trabajando y cooperando libremente con los ciudadanos, o apretando botones o teclas políticas.
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