Opinión
Nobleza obliga
Los
que desprecian la aristocracia, considerándola una institución
caduca que solo ofrece unos injustos privilegios, olvidan el más
célebre refrán que la describe: “nobleza obliga”.
Los
principios de la caballería refieren al honor, el valor personal, la
lealtad, la sinceridad y la protección al débil. También a una
técnica de combate, pero con normas que ordenaban la violencia: no
por azar los famosos choques a caballo y con lanza se llamaban
“justas”. La caza fue asimismo un entrenamiento para los
caballeros, que pasó con el tiempo a ser una afición popular. Los
nobles, que sin duda tenían privilegios, también tenían muchas
obligaciones, desde la defensa de la patria hasta el respeto a las
mujeres y la cortesía con todos, el autocontrol y la discreción.
El
catedrático de Historia Medieval de la Universidad Complutense,
Miguel Ángel Ladero Quesada, señala que los valores de la nobleza
se han extendido por la sociedad: “Modernizados en su expresión,
sin excesos rituales ni alardes hipócritas, pertenecen hoy al
patrimonio de todos los hombres porque son una muestra de respeto al
prójimo, facilitan, suavizan y pacifican las relaciones de
convivencia, por muy tensa que ésta llegue a ser, y les proporcionan
un respaldo explícito de ideas y valores morales”. Se trata de
“conquistas históricas de la civilización y las costumbres
nacidas en el seno de las noblezas medievales pero hoy al alcance de
todos”, y sería absurdo renegar de ellas (“Las noblezas
medievales”, en “Las
élites en la historia”,
Real Maestranza de Caballería de Ronda, 2013).
Si
constituye un extendido lamento el constatar que se pierden normas de
conducta civilizada, se podría apreciar la nobleza como un
ingrediente de nuestra cultura, que nos puede ayudar a recomponer
aquellos signos de nuestra sociedad cuya decadencia nos preocupa.
Quienes
atacan la nobleza, como la monarquía, insisten en que, al ser
antiaristócratas y antimonárquicos, sus ideales son necesariamente
igualitarios. Mienten, claro. Saben que no hay humanidad sin élites,
y que la libertad y el progreso no estriban en aniquilarlas sino en
contener y ordenar los privilegios estamentales o corporativos.
Reveladoramente, y hablando de estamentos, cuando analizamos las
circunstancias concretas de las elites modernas de políticos y
grupos de presión, cabe dar un respingo al comprobar que sus
privilegios no se ven compensados por los deberes de los antiguos
caballeros que sabían que “noblesse oblige”.
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