Opinión

Perro ladrador

Debatí ayer, donde mi amigo Un Tío Blanco Hetero, con un politólogo. Descubrí cosas interesantes. Que España no es una democracia. Que Donald Trump no tiene fibra de populista. Y, ah, nos iría mejor lejos de la influencia estadounidense. ¡“Yankees go home”! Otro invitado comentó que Trump ha peleado contra poderes ocultos. Respecto a la democracia española traje el Index del Economist. Bah. Respecto al populismo, y el autoritarismo, me atuve y me atengo a Levitsky y Ziblatt, que alertan sobre la irrupción de demagogos extremistas. La conclusión última de mi contertulio fue que Trump será desagradable, no le cae bien, pero es inocuo. Perro ladrador, etc. A lo mejor doy excesiva importancia a sus 20.000 trolas en cuatro años. A que haya sacado a EE.UU. del Acuerdo de París. A que insulte con una ferocidad y frecuencia inauditas a los jueces incómodos, al FBI y no digamos ya a la prensa (un ejemplo entre mil: «The Fake News me odia por decir que son el Enemigo del Pueblo solo porque saben que es verdad. Estoy brindando un excelente servicio al pueblo estadounidense al explicárselo. Causan a propósito una gran división y desconfianza. ¡También pueden causar una guerra! ¡Son muy peligrosos y [están] enfermos!». También ha expulsado a periodistas de sus ruedas de prensa (recuerden a Jorge Ramos, 2016). Trump usó la inmigración como hombre de paja. Para azuzar el gregarismo contra un teórico enemigo común. Ha despreciado la ciencia. Se ha mostrado dispuesto a recortar libertades (verbigracia, la libertad de prensa). Ha deslegitimado de forma brutal a sus oponentes políticos, a los que generalmente tacha de peligrosos para la seguridad nacional y el american way of life. Ha tensado las instituciones de forma partidista. Ha traficado en redes sociales con teorías de la conspiración tan nauseabundas como la de los QAnon, que hablan de redes satánicas auspiciadas por Hillary Clinton y Obama. Ha sugerido que las elecciones están corrompidas. Pidió suspender el conteo de votos. Ha insinuado que no aceptaría unos resultados electorales desfavorables. Tontea, y no condena, la violencia de los grupúsculos supremacistas. Durante sus cuatro años de inolvidable presidencia los “checks and balances” fueron centrifugados como nunca desde la Caza de Brujas y el Watergate. Aunque quizá lo más inquietante fue constatar hasta qué punto millones de ciudadanos, uno de los partidos mayoritarios y no pocos medios jalearon las barbaridades de un demagogo que sería un hijo de puta, pero era nuestro hijo de puta. Nadie lo tomaba en serio. Ni antes de llegar al poder ni cuando posó su conspiranoico trasero en el Despacho Oval. Les sonará la melodía. Recuerden Cataluña. Allí donde la basura ideológica ambiente desplegada por las élites políticas locales parecía perfectamente compatible con la viabilidad de la democracia. Lo suyo era sólo palabrería retórica y blablablá. Hasta que pasaron del dicho al hecho y dieron un golpe de Estado. Eso sí, coincido con el politólogo en que la democracia estadounidense estaba mejor preparada para lidiar con los cuatreros. En España, en cambio, indultamos golpistas y ahora plantean un Ministerio de la Verdad.