Opinión
La costilla de Adán
En tiempos de empoderamiento femenino me encantan frases que puedan irritar a las empoderadas, y yo, que soy feminista mucho antes que ellas, y sin retroceder al pasado, soy capaz de reafirmarme en aseveraciones que en su día he podido hacer que hoy puedan resultar ligeramente contrarias a mi defensa de los principios que conforman ese decálogo de la defensa de los derechos de las mujeres. El título con que hoy encabezo estas líneas puede parecer machista, pero nada más lejos de la realidad puesto que la película homónima trataba del caso de una mujer acusada del asesinato de su marido infiel cuya defensa se convierte en un alegato feminista que adquiere una resonancia pública importante. Ni yo ni muchos de quienes puedan estar leyendo este artículo habían nacido cuando estuvo de moda esta película, pero de seguro que ni el título ni la historia les resultarán ajenos. El tiempo ha pasado, es cierto, pero la lucha sigue en pie, aunque ya no tanto. Me gustaría referirme a alguien protagonista de la actualidad. Kamala Harris, quien, de repente, ocupa páginas y páginas de periódicos y revistas de actualidad, porque, por obra y gracia de las elecciones americanas se ha convertido en protagonista, mucho más que su superior, el presidente electo de los Estados Unidos de América, Joe Biden, un venerable setentón, casi ochentón, quien, a partir de enero, ocupará el despacho oval, y los baños y dormitorios y comedores de la Casa Blanca. Con su dentadura perfectamente alienada, como el teclado de un piano, ha tenido a bien designar vicepresidenta a esta mujer con pinta de extraordinaria –y pienso en estos momentos en otra película, “la liga de los hombres extraordinarios”-, que dará mucho que hablar, porque gobernará mucho más que el casi octogenario presidente y hasta le sucederá por su bien hacer y su talento para manejar un país tan grande como diverso y sus relaciones tanto con sus amigos como con sus enemigos extranjeros.
Siempre he defendido el mestizaje como medida de saneamiento de sangres, y Kamala es una mil leches, un cruce de india con jamaicano que le da esa belleza inexplicable y racial de ningún sitio que seduce y encandila a un público quizá un poco harto de la rubicundez y pureza de genes, que no conducen más que al alelamiento y hasta al alienamiento. Lo único que quita la boina a los paletos es viajar y mezclarse; los cruces son una maravilla y observar que tu descendencia va por donde quiere, y los hijos y los nietos salen por donde les da la gana a los genes es como un milagro de la naturaleza, y esto no me canso de repetirlo hasta convertirlo en verdad, pese a los que se me presentan con argumentos científicos son quienes acaban por rendirse ante argumentos de una pobrecita intelectual que solo cuenta con una lógica básica para defenderse.
Puedo presumir de haber conocido algunas que otras primeras damas, si es que ese puede ser motivo de vanagloria. Pero digo que he departido en con Hillary Clinton en casa de Oscar de la Renta, de Julio Iglesias y de los Rainieri, algunas otras iberoamericanas; Carmen Romero o Ana Botella, aunque estas dos últimas no fueran primeras damas del todo, segundas damas, digamos, porque la primera dama en España sería la Reina y se le quedaría corto, entonces digamos que con más porque mis charlas con la Reina Sofía en mi propia casa, y mis contactos, aunque breves, que también los he tenido con la Reina Letizia, también suman. Pero Kamala juega en otra liga. Es mucho más que una primera dama. Es un trueno imparable que dará mucho que hablar y que previsiblemente pudiera ocupar en no mucho tiempo el codiciado “despacho oval”. Lo veremos y lo comentaremos.
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