Editorial

Trump gana en la refriega arancelaria

Guste más o menos, ha jugado bien sus cartas por más que su estilo no resulte especialmente sutil ni siquiera cordial y diplomático

Casi que la única certeza en el lío arancelario es que cualquier barrera a la libertad de comercio no ayuda, sino que entorpece y encarece, y que finalmente el principal pagano suele ser el ciudadano. Pese a los predicadores del apocalipsis anti-Trump, el mandatario estadounidense no posee la patente exclusiva en cuanto a generar obstáculos fiscales y burocráticos, sino que hablamos de una realidad casi cotidiana aunque mucho más incruenta y sobre todo silenciosa dentro de los cánones y las convenciones de las relaciones económicas. La Unión Europa lo conoce bien por más que se queje, pero también China, Rusia y otros estados con sesgos proteccionistas. El órdago arancelario provocado por el inquilino de la Casa Blanca fue cualquier cosa menos una sorpresa y el balance hasta la fecha no le ha sido desfavorable en cuanto al saldo de acuerdos suscritos y las expectativas en negociaciones más procelosas como los casos de China y Canadá, pero no solo. La estrategia de sujetar con mayor firmeza y recursos el déficit comercial récord de 1,2 billones en 2024 y de recuperar el otrora extenso y robusto tejido industrial norteamericano ha mejorado sus expectativas con serios programas de inversión de multinacionales y compromisos decisivos como los de Arabia Saudí, Emiratos Árabes y Qatar. Lo que a estas alturas parece incuestionable es que Trump no carecía de razones para tensar la cuerda y dar un manotazo al tablero comercial. Guste más o menos, ha jugado bien sus cartas por más que su estilo no resulte especialmente sutil ni siquiera cordial y diplomático. Los convenios con Reino Unido, Japón, Indonesia, Filipinas y otros países clave en el mundo exportador constituyen la prueba si bien cueste asumir que la ley del más fuerte pesa todavía en el siglo XXI. Mucho más polémica ha sido, sin embargo, el desenlace de la negociación entre Trump y la Unión Europea. En síntesis, Bruselas, Von der Leyen, ha aceptado aranceles del 15% (hasta 50% en acero y aluminio) sin respuesta homologable, mientras Washington se ha asegurado entrar al mercado europeo sin pagar tarifas, además de que Europa ha prometido inversiones masivas en EE.UU. y compras millonarias de gas y armamento. En el viejo continente se ha hablado de humillación y capitulación. Europa sale debilitada de este pulso que ha dejado en evidencia la fragilidad de un ente que no es un estado ni una federación y cuyas autoridades apenas rinden cuentas por sus actos. Pero el vaso también puede verse medio lleno. Esta «paz» no tensionará precios ni tipos de interés en Europa, posible depreciación del euro, improbable inflación, compromisos de inversión y planes de compras más simbólicos que reales porque dependen de la empresas y adquisición de armamento ya descontada. Cuesta verlo como el mejor de los escenarios, pero también como el peor. Europa debe reforzar su soberanía. Trump saca rédito y nadie puede asegurar que no quiera más.