Opinión

Amigo de terroristas

Un amigo de terroristas ocupa la poltrona del ministerio del Interior. No lo es de antiguo. Más bien se trata de un neófito que, como siempre ocurre, se ha convertido a lo peor y ha pasado, sin solución de continuidad, de encarcelar etarras a concederles prebendas que preludian su pronta liberación. Todo a su tiempo, porque en esto el disimulo es imprescindible, no vaya a ser que los que fueron sus víctimas se mosqueen más de lo necesario. Por eso, su nuevo amigo les dice que firmen un papelito que es, más o menos, parecido a aquel de adhesión a los Principios del Movimiento que suscribían, en el régimen anterior, todos los que trabajaban en la función pública, solo que ahora lo que dice es que el signatario está arrepentido. Lo malo es que no se sabe de qué, pues resulta notorio que a los agraviados –que son los únicos portadores del perdón– nadie les ha dicho nada. Además, de acuerdo con nuestras leyes penales –que, en esto, son copia de las que se instituyeron en Italia para combatir a las Brigadas Rojas– el concepto de arrepentimiento, como destacó acertadamente Leonardo Sciascia poco antes de morir, «es un sinónimo exacto de delación» que «nada tiene que ver con la conciencia, los sentimientos humanos o los principios morales». Y, claro está, para el amigo de terroristas –que de esto algo debiera saber– el referido papelito no es más que un tapujo, un señuelo para los ignorantes de su cuerda, pues sus patrocinados en nada han ayudado a resolver los más de trescientos asesinatos de ETA que aún reclaman la acción penal de la justicia.

No busque el lector en ese amigo nada que vaya más allá de procurar a su presidente los votos que necesita, como corresponde a un siervo fiel que ha decidido compartir la fortuna de su mentor. Por eso, cabe recordarle la admonición que, según Sófocles, hizo Neoptólemo, el hijo guerrero de Aquiles y de Deidamía, a Filoctetes: «A cuantos cargan con males voluntarios, como tú, no es justo que nadie les tenga clemencia ni compasión».