Coronavirus

Yo sí me pongo la vacuna

Dice el CIS que el 55% de los españoles no quieren ser los primeros en ponerse la vacuna: ¿De verdad tantos remilgos? A no ser que el CIS haya hecho lo mismo que cuándo pregunta si se va a votar al PSOE

Ahora que estamos cerca de la vacuna, dice el CIS que hay un 55% de españoles que no quieren ser los primeros en ponérsela. Yo imagino a ese 55% como a mi hijo cuando vamos pincharle. Lo primero es la persuasión: que es bueno para ti, no te va a doler, mira a ese niño más pequeño que tú y no se queja. En realidad, eso lo hago por protocolo, por si me está leyendo alguien de Asuntos Sociales. Está demostrado que, como para comer puré o apagar la tele, la persuasión no vale para nada.

El segundo paso ya es el chantaje y puede ser negativo o positivo. Es decir: o te lo pones o no juegas a la Nintendo o te lo pones y juegas más tiempo a la Nintendo. ¿Que cuál hay que utilizar? A ver si me explico: en una sala médica, con dos enfermeras nerviosas, el niño llorando, gritando y tirando hacia fuera, donde espera una cola de padres impacientes, el chantaje ni se piensa. Uno chilla y que sea lo que sea.

De todos modos, cuando ve la aguja, tampoco funciona.

Así que la última opción (hola, ¿Asuntos Sociales ya ha dejado de leer, no?) es la fuerza bruta: le agarro los brazos, una enfermera las piernas y otra le pincha.

«Pues no ha dolido», dice, después, él, sonriente.

Pero muy, muy sonriente:

«Y puedo jugar más a la Nintendo», añade, rápidamente, como riéndose de mi.

(El «como», por cierto, es una licencia retórica).

Estaría bien que antes de ir al paso tres o dejarse el dinero en Nintendos para la fase dos, las autoridades convencieran a la población de que la vacuna tiene todo a favor. Supongo que a la gente le asusta la rapidez con la que se ha conseguido o el complicado modo de lograrla. Y tiene miedo de meterlo en el cuerpo.

Hace más de veinte años yo me jugaba la vida cada viernes. Salíamos por los bajos de Argüelles, íbamos esquivando neonazis (¿a qué partido votarán veinte años después?) y al tener hambre parábamos en un bar donde las tortillas de patatas eran amarillas fosforescentes y tres hamburguesas valían 100 pesetas, menos de un euros. Y nunca nos preguntamos por qué un día dejamos de ver ratas.

Tengo una amiga que una noche bebió coca cola con whisky y como no le gustó, se pidió (tras acabárselo, por supuesto) una coca cola con vodka. En la última copa, como no se acordaba ya de lo que estaba bebiendo, se metió ginebra con cola. Al día siguiente, cuando se levantó algo confusa decidió, con una lógica apabullante para su estado, que lo que iba a dejar de beber era la coca cola. Uniendo cabos de la noche anterior, no tenía duda qué era lo que le había sentado mal.

Estoy convencido que en ese 55% del que habla el CIS hay una gran mayoría que ha hecho cosas que su cuerpo, por suerte, le ha perdonado. ¿De verdad que después de todo lo pasado hay tantos remilgos? A no ser que el CIS haya hecho lo mismo que cuándo pregunta si se va a votar al PSOE.