Opinión
Margaret
Si ha existido durante los últimos meses un denominador común a la hora de adoptar todo tipo de medidas para combatir la pesadilla del covid, ese ha sido sin duda ninguna la disyuntiva entre salud y economía. Confinar o limitar la libre circulación de personas era tan sinónimo de reducción en los casos de contagio como de aumento en la incertidumbre económica, con inimaginables datos negativos desde hace décadas reflejados en ERTES, ERES, hoteles cerrados, restaurantes vacíos y una desesperación de la que no se ha librado prácticamente ningún sector. Tal vez por ello se haya mostrado como especialmente esperanzadora esa imagen que se nos brindaba esta misma semana de una mujer de 90 años, Margaret Keegan, en su condición de primera persona de occidente beneficiaria de la vacuna contra el covid, en este caso la de Pfizer y BioNtech en el hospital británico de Coventry. Una mujer de 90 años claro factor de riesgo por los efectos nocivos de la infección, pero factor de riesgo también ante esos presuntos efectos secundarios de la vacuna que tanta incertidumbre acarrea entre la población, tal como se ha testado en el caso español con esa encuesta del CIS que arrojaba el porcentaje de nada menos que dos terceras partes de ciudadanos contrarios a vacunarse hasta no tener seguro su efecto… en otros.
La desconfianza y el miedo van a ser los principales aliados de una pesadilla que ha traído muerte y ruina, si finalmente no se accede a una vacunación masiva, por mucho que deba respetarse la libertad individual a la hora de decidir sobre su aplicación. La tarea principal de todas las administraciones habrá de ser en consecuencia un ejercicio didáctico que arrincone lógicos recelos frente a algo surgido con no pocas prisas siempre malas consejeras y objeto de una brutal competencia entre estados con la consiguiente carrera de obstáculos y velocidad entre multinacionales farmacéuticas. Toda campaña de concienciación será buena, pero –en la línea del ofrecimiento en EEUU de tres expresidentes– ninguna probablemente tan efectiva como contemplar a nuestro consejo de ministros en pleno, incluidos pasados casos de infecciones de relumbrón como Irene Montero, siendo los primeros en aplicarse esa vacuna que el presidente fía inoculada a veinte millones de conciudadanos al filo del verano. España tiene sobrada experiencia en el asunto y no hay quien pase de los 50 sin la famosa marca en el hombro. Ahora el cuento es otro, toca matar al miedo para salir del túnel.
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