Opinión

El mundo al revés

«Matarán la libertad haciéndonos creer que somos libres»

A la vista de la Nochebuena, un asunto más repetido de lo deseable, que seguramente retomará nuevo impulso en días próximos, debería preocuparnos muy seriamente. Me refiero a la «exigencia» de quienes promovieron, en 2017, el mayor atentado contra España y la democracia, de las últimas décadas, con su golpe de Estado desde Cataluña. Pretenden imponer al Rey un acto de contrición por su discurso de 3 de octubre de ese año, sobre aquella actuación condenada posteriormente por el Tribunal Supremo. Llevan meses en este empeño y, aprovechando las miserias del gobierno, insisten en ello, a la par que reclaman el indulto de los golpistas. O sea, poner el mundo al revés.

Una aspiración esta, de cambiar la realidad de forma anormal, tradición inmemorial recogida en múltiples manifestaciones literarias, que viene a ser un deseo inaceptable y puede llegar a convertirse en un crimen, aunque se presente como una ilusión infantil, un refugio imaginario, la persecución de una utopía; pero también un disparate, una locura que provoca una exclamación de asombro y rechazo, ante el desorden y la confusión generada. Un juego en el que lo propuesto por los golpistas podría acabar sentando un bufón en el trono del Rey. Basta con echar un vistazo a quienes aspiran a ocupar su lugar. Tal mascarada requiere la degeneración del lenguaje, como uno de los instrumentos imprescindibles, con los que llevar adelante esa conjuración de hipócritas.

Quevedo en «El mundo por de dentro» nos ofrece algunos ejemplos significativos. Hay que llamar – decía Don Francisco - al zapatero, entretenedor del calzado; al botero, sastre del vino; al mozo de mulas, gentilhombre de camino; al fullero, diestro; señor doctor, al platicante (sic); al ventero, huésped; a las alcahuetas, dueñas; a las putas, damas; a la taberna, ermita; gracia a la mentira…etc. Así, con la actualización correspondiente, se puede presentar a Maduro, como ejemplo de democracia; a la Cuba del castrismo, cual paraíso de las libertades; a los voceros de ETA y a los separatistas de cualquier signo, como valientes patriotas e hijos pródigos recién llegados al hogar constitucional; a toda la caterva de «zurdos» con afanes dinasticidas, apóstoles de los desfavorecidos y luchadores por la igualdad; no hay más que ver los resultados. Por eso hay que entregarlos un ejemplar de la Constitución, para que se entretengan leyéndola algún rato, no para que la cumplan. ¡Hasta ahí podíamos llegar!

A los que pidan su cumplimiento se les acusa de apropiación indebida, y cuestión terminada. Pobre Constitución aquella que el gobierno y sus oponentes se acusan de ponerla en peligro; con tales trazas ciertamente lo está. Los recién llegados, a los que el gobierno saluda con júbilo, han tomado las instituciones, nunca mejor dicho, para fagocitarlas. Son los que acosaron y acosan a España reiteradamente. Los que declararon la guerra a sus símbolos, bandera e himno, y a su soporte nacional, la lengua. Los mismos que ahora buscan acabar arteramente con el marco de convivencia común. Los que, en su lógica perversa, pero coherente al fin y al cabo, pugnan por derrocar la monarquía. No necesitaban el regalo de la presidenta del Congreso para saber que el Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia. El último obstáculo para sus fines; de ahí los esfuerzos para derribarlo, con la anuencia del gobierno que, de paso, va introduciendo cizaña y división en el seno de las Fuerzas Armadas, la otra garantía de la soberanía e independencia de España, de la defensa e integridad territorial y del ordenamiento constitucional.

El 3 de octubre de 2017 cumplió S.M. con su deber frente al egoísmo insolidario de quienes habían vulnerado reiteradamente, las normas aprobadas legal y legítimamente, demostrando una deslealtad inadmisible hacia los poderes del Estado. Estas fueron literalmente sus palabras. Una demostración clara del compromiso de la Corona con la democracia, con la unidad y la permanencia de España. Un ejemplo contra la corrupción, que tiene su asiento donde no se obedece la ley. Una llamada a la regeneración, pues la única forma de que esta prospere, como señalaba Kingsley, es que cada uno cumpla con su deber.

Así pues, los hipócritas son coherentes en su maldad, aunque perturben nuestros sentimientos intereses y valores. El Rey despertó el entusiasmo de la inmensa mayoría de los españoles con su intervención valiente, sin tapujos. Lo que no podía esperarse era que el gobierno de Su Majestad se embarcara en la nave de la deslealtad y la miseria moral, faltando a sus obligaciones más elementales. Un hecho sin precedentes por su gravedad. Pero los ciudadanos tampoco hemos cumplido con nuestra obligación, al menos en la medida exigible. El mundo al revés en una versión delirante.

¿Cómo entender lo que sucede entre el ruido y el silencio? ¿Por qué falta la palabra?. O acaso ese no hablar se disfraza de ya haber dicho. Un hastío, una forma defensiva ante la náusea, cuando el lenguaje se muere entre las asechanzas de la informática, incluso de la lingüística, y sobre todo de la propaganda. ¿Cuándo volverán a ser palabra las palabras? Si no hablamos llegará un día, a no tardar, en que no podremos hacerlo. Es ahora cuando hemos de atrevemos. Y evitar el engaño definitivo, porque matarán la libertad haciéndonos creer que somos libres.