Opinión

Preparados para la extinción

Los «preppers», insistimos para que se familiaricen, son personas que se preparan, de ahí su nombre, para la extinción, aunque probablemente se la merezcan

Entre «instagramers» e «influencers», cada vez hablamos más como idiotas. La frase no es de hoy, sino de ayer, y tampoco mía, sino de Fernando Vilches y apareció en las páginas de Cultura de este diario. Pero es que es tan buena que he sentido la necesidad de aludir a ella cuando me he topado con el nuevo concepto, los «preppers», otro palabro en inglés que reemplaza un enorme vacío encefálico. Los «preppers», insistimos para que se familiaricen, son personas que se preparan, de ahí su nombre, para la extinción, aunque probablemente se la merezcan.

Tienen 30 años de media, una ruta de escape, suministros médicos, comida para varias semanas e incluso un búnker aislado y bajo tierra en un lugar remoto. Seguramente lo único que les falta es un puto curro, o alguna otra mundana responsabilidad, y les sobra fantasía para imaginarse un holocausto nuclear, un despertar zombie o, podría ser comprensible, quizá sus miedos provengan de otra pandemia contagiosa con una letalidad mil veces peor.

No deja de fascinarme el autoconvencimiento para asumir la actitud errónea ante la vida cuando se revisten de nombres anglosajones como «coach» o «mindfulness» y en qué momento puedes estar tan equivocado como para asumir que la extinción es el verdadero propósito de tu existencia. Levantarte cada mañana pensando en los pasos a seguir antes de que el mundo se termine equivale a asumir la derrota ante la posibilidad de cambiarlo. Yo también siento que el mundo se va por el sumidero, pero no soy de los que con la otra mano tira de la cadena. Peor, los «preppers» saben cómo purificar agua, cómo alimentar dispositivos sin acceso a la red eléctrica y hasta de micología en yogures caducados pero los muy ladinos no van a compartir ese conocimiento contigo ni aunque te salves de la nube tóxica en su motocarro. Me ahorro el calificativo y les regalo el búnker, pero en realidad a mí me recuerdan al mileniarismo, a Fernando Arrabal declamando sobre una mesa perdiendo la verticalidad, esa actitud agorera y patética del miedo al «efecto 2000».

Dicen que hay 20 millones de personas en el mundo preparándose para nuestra extinción y yo les digo que tienen razón, que sus miedos son legítimos, pero que están canalizando la energía en la dirección equivocada. Esto no es un sálvese quien pueda. Porque si la mayor catástrofe sucediese es muy improbable que unos pringados con latas de atún vayan a vivir muchas generaciones. Las branquias no crecen así como así, no se crean. Pero bueno, ahí están los «preppers» con su ilusión, reemplazando cada poco las latas por oras nuevas, no se les vayan a caducar, sustituyendo la leche en polvo y la revista picante para el más allá. Porque, como decían Siniestro Total: «Sonríe cuando te vayas a fosilizar, que no piensen luego que lo has pasado mal». Y recuerden: no hablar como un idiota es el primer paso para no ser un idiota.