Opinión
Incurables, no incuidables
Solo una sociedad enferma y decadente apuesta por la cultura de la muerte
Que en plena pandemia, con decenas de miles de ancianos fallecidos sin posibilidad de atención ninguna en sus residencias, vaya a aprobarse la eutanasia en el Congreso, define bien las prioridades y el nivel ético y moral del Gobierno y sus comparsas parlamentarias, con Cs y PNV de palmeros especiales.
Hace veinte años que Holanda inició la senda fúnebre de considerar la incitación y ayuda al suicidio como un presunto derecho humano. De la atracción de su experiencia da fe que en Europa tan sólo sus vecinos del antiguo Benelux, y Canadá y Colombia en América, hayan seguido su camino. Pero iniciado éste, una sociedad va directa al precipicio y, así, en Holanda ya se debate la eutanasia para los niños a petición de sus padres.
Solo desde una concepción utilitarista de la vida humana puede aceptarse que la alternativa al sufrimiento sea facilitarle la muerte al enfermo, ofreciéndole el suicidio incluso a domicilio. Esta inmoralidad incita a los que padecen el mayor nivel de vulnerabilidad y sufrimiento a sentirse una carga para los suyos y la sociedad y, por tanto, a pedir ayuda para acabar con su vida y liberarles de su lastre.
Los cuidados paliativos que se los paguen quienes quieran y puedan; y los presupuestos, más sostenibles y equilibrados, con menor gasto sanitario y en pensiones para enfermos ya improductivos. Todo muy propio del actual progresista Gobierno. Solo una sociedad enferma y decadente apuesta por la cultura de la muerte. «Hay enfermos incurables pero no incuidables».
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