Opinión

«Quis custodiet ipsos custodes?»

Nos dicen que van a crear un organismo para protegernos de la impostura, para proteger las libertades de pensamiento, conciencia y elección de la población sin adulteraciones externas.

La Libertad le dijo a la Ley, tú me estorbas, y la Ley le respondió, yo te guardo». Con ese diálogo materializaba Pitágoras el binomio Libertad-Ley tan importante en las democracias liberales. Hay otros binomios, como el de Derechos-Deberes pero centraremos hoy nuestro afán en el primero.

No hay libertad sin ley que la proteja y no hay ley (democrática) que se pueda promulgar sin libertad. Guardar y hacer guardar la Ley es responsabilidad de las autoridades del Estado, de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad y en última instancia, de las Fuerzas Armadas legitimadas para guardar la Ley y proteger la Libertad. Es deber de todos conocer que la ley de leyes la refrendan las naciones soberanas para limitar el poder del Estado y preservar la Libertad de la población.

A mediados del siglo XVI nos sorprende la proclama del Conde de Benavente a su Señor, SM el Rey Carlos I, en relación con una de las libertades básicas, en su caso de pensamiento y conciencia, que ya se defendían hace casi cinco siglos.

«……..

Vuestro soy Señor, vuestra es mi casa,

de mí disponed, y de ella;

pero no toquéis mi honra

y respetad mi pensamiento y conciencia»

Libertad de creer, de pensar, de sentir, de recordar son las más plenas e independientes de nuestras libertades. Nadie puede limitarlas, adulterarlas o eliminarlas. Son las únicas libertades que el ser humano activa y genera para pensar, dialogar y soñar consigo mismo, con sus ideas, con su pasado, sus acciones y sus proyectos. Nadie puede interferir, descifrar, modificar o borrarlas de la conciencia de otro, y menos aún el Estado. Es la Libertad de Pensamiento y Conciencia, la más genuina en el ser humano. (Juan Urios Ten, Revista Tierra, Mar y Aire 386).

La Libertad tiene todo el recorrido que deseemos, hasta que dañamos la libertad de los demás. La alteración de este principio, daña a la sociedad, a la Justicia y a la misma esencia de la Libertad. Dicho de otra manera, la Libertad tiene sus límites, es la ética de los límites lo que precisa cualquier modelo social integrador y equilibrado.

Sin embargo, eso que llaman falsificaciones o falsas noticias es la única expresión verdadera de nuestra época en la que la mentira prevalece como arma y la verdad desaparece como su víctima. El dilema entre lo verdadero y lo falso está presente en nuestras vidas. Es una sutil impostura a gran escala la que se ha adueñado de nuestro tiempo. Impostura, digo bien, es decir el engaño con apariencia de verdad. Vivimos en la época de una sutil impostura.

«..no toquéis mi pensamiento, ni mi conciencia...», le dice el conde de Benavente a su Rey, pero con esa sutil impostura actual, ¿no están tocando el pensamiento y conciencia de las personas, su propia elección para discernir lo correcto de lo conveniente? Al hacerlo, están vulnerando las libertades más genuinas del ser humano, como decía antes, están adulterando la base de la libertad de elección. El siguiente paso, es la nada. No pienses, ya lo hacemos por vosotros.

Vigilarás con esmero al que tiene el lapicero, dice el dicho popular o, dicho de forma más culta, «Vigilia pretium libertatis», el precio de la Libertad es vigilar al que tiene el poder de legislar, de gobernar, pero para vigilar hay que mantener la conciencia libre de adulteraciones, imposturas y vicios ocultos. Me pregunto, ¿quién vigila al poder?, la respuesta es rotunda, la Ley, que en el diálogo de Pitágoras, guarda a la Libertad. Y ¿quién interpreta la Ley y el Derecho?, pues los jueces y magistrados cuya ética profesional debe llevarles al «ideal» de la imparcialidad.

Nos dicen que van a crear un organismo para protegernos de la impostura, para proteger las libertades de pensamiento, conciencia y elección de la población sin adulteraciones externas. Pero me pregunto yo, si el organismo es del Estado, ¿quién vigila al vigilante? «Quis custodiet ipsos custodes» del poeta romano, es decir ¿dónde reside el poder último? ¿y si la impostura viene del poder, para conseguir sus fines a cualquier precio? ¿Quién me defiende como ciudadano?.

Las democracias liberales tratan de resolver este dilema con la separación de poderes. Les deseo todo lo mejor en esa resolución del nudo que a veces parece gordiano. Alejandro lo resolvió con aquel «tanto da cortarlo que desatarlo» y Fernando de Aragón con su «tanto monta cortar como desatar». Pero ni Alejandro ni Fernando vivían precisamente en democracias liberales.

Gregorio Marañón nos recuerda que «un liberal se distingue porque nunca, nunca, aceptará que el fin justifica los medios». Actualmente da igual como se haga, cortar o desatar, lo importante es conseguir el fin pretendido. «Quis custodiet ipsos custodes?».

Luis Feliu Bernárdez es Académico de Número. Academia de las Ciencias y las Artes Militares.