Deportes

Dejen a sus hijos perder tranquilamente

Vivimos una dañina cultura del triunfo y el éxito donde equivocarse, estar triste o perder están mal vistos

Empecé a hacer deporte cuando tenía 6 años y el balón era más grande que yo. Desde entonces hasta hoy, puedo resumir toda mi trayectoria en un aprendizaje fundamental, quizá el único: la seguridad de la derrota, exactamente igual que los budistas aceptan como verdad que la vida es sufrimiento. Recuerdo como si fuera ayer una mañana de domingo en el muy honorable polideportivo de Moratalaz, canchas de mini basket al aire libre, unos cero grados. Mi padre andaba por la grada. Perdimos 92 a 6 y soy consciente de una cosa. Corrí sin parar y sin posibilidades detrás de ellos. Siendo alevines de primer año, los de segundo nos pasaron por encima, pero como buenos gallitos de barrio que éramos nunca habríamos aceptado un final de partido por compasión, que se terminase antes de tiempo por nuestro bien, como hacen ahora cuando palmas por 50 puntos.

Se ha formado un pequeño escándalo porque los alevines del Real Madrid le ganaron a la SAD Villaverde por 31 a 0. Vaya por delante mi absoluta simpatía por los chavales de Villaverde. Yo he sentido lo que es entrar en un pabellón de colegio concertado. Perdonen, pero a los niños de la escuela pública cualquier comodidad que no sea el suelo de cemento y grava nos despierta el odio de clase. El caso es que nos presentábamos con una camiseta de cuarta mano por toda equipación y ellos daban el partido por ganado al vernos las pintas. Y la mayor parte de las veces acertaban. Así que imagino qué sentían ante el todopoderoso rival.

Por lo visto, el presidente del Villaverde vio a su nieto perder en el campo aquella mañana y llevó a las redes su mensaje de indignación. Reclamaba, seguramente con justicia, que se reestructuren las categorías. Yo soy más viejo que el tono de Nokia y no entiendo de pedagogías modernas. Ahora cualquier cosa es susceptible de crear traumas irreversibles y mi vida no puede ser un ejemplo: miren adónde he llegado con mis propias ideas. Pero les rogaría que dejen a sus hijos perder de paliza, que no pasa nada. Enséñenles esto: perder no es una deshonra ni una humillación. Eso son palabras de adulto que ponemos nosotros en nuestro orgullo herido o afán de sobreprotección. En el deporte de verdad, bien entendido, esos conceptos no caben: perder, da igual por cuánto, es un aprendizaje, el más útil que cabe para el resto de tu vida incluso si después te conviertes en Rafa Nadal. Los niños del Villaverde lo pasaron regular cuando acabó el partido, pero el lunes se calzaron las botas de nuevo. Eso es el deporte. Pero vivimos una dañina cultura del triunfo y el éxito donde equivocarse, estar triste o perder están mal vistos. Y sin embargo esas son las únicas verdades que conozco.