Opinión

El arte de ocultar las vergüenzas

Los seres humanos (no soy ninguna santa) tenemos la perversa costumbre de usar a los demás. No otra cosa está ocurriendo en Cataluña a propósito de la fecha de las elecciones. Me temo que en Moncloa, cuando Iván Redondo desarrolla sus esquemas, se sopesa la epidemia y un posible confinamiento según interese al partido. O sea, se somete la salud al rédito político. La evolución del virus importa un ardite, a menos que influya en los comicios.
Las variables que están sobre la mesa del director de campaña de Pedro Sánchez so:, uno, la popularidad del candidato (el llamado «efecto Illa»); dos, la influencia que en su imagen pueda tener un posible indulto a los golpistas de 2017; tres, la evolución –que se prevé desastrosa– de los datos económicos y, cuatro, las cifras de la pandemia. Se mire como se mire, el cambio de fecha electoral ha perjudicado al PSC. No hay nada que favorezca más a un candidato que la página en blanco, que se puede llenar de promesas y dulces ilusiones. Según las encuestas, los españoles no culpan al Gobierno de los 80.000 muertos del coronavirus, entienden que la covid es una desgracia global y –como siempre en situación de peligro– se someten al poder dominante y adoptan actitud sumisa. Este fenómeno universal ha contribuido a proyectar sobre Salvador Illa la imagen de benefactor del común.
Su tono comedido –casi siempre– le ha labrado además la reputación de mesurado, que casa muy bien con la idea de que el PSC es una partido puente entre independentistas y anti indepentistas. Illa viene limpio de polvo y paja de la sucia negociación de los presupuestos con ERC, que ha tejido Iceta. Que ahora el ministro de Sanidad tenga que definirse sobre los indultos o cargar con las posibles consecuencias políticas de los desastres sanitarios y económicos es cosa que no gusta en el partido. Cuanto más se demoren los comicios, más apariencia de mortal tendrá el héroe. Más implicado parecerá con el incremento del paro o el caos en las unidades de cuidados intensivos de los hospitales.
El 60 por ciento de los encuestados catalanes está a favor de un indulto. No es tanto que validen el «proces», sino que desean pasar página y comenzar de nuevo. Pero existe un 40 por ciento de votantes, que en su día se decantó en buena medida por Ciudadanos, que no está dispuesto a obviar sin más este intento de dinamitar la convivencia y saltarse las leyes. Los socialistas quieren también ese voto naranja y no desean que Salvador Illa se «manche» con los indultos. Iceta tenía todo para medrar en las procelosas aguas catalanas: es suficientemente ambiguo, prudente y audaz, no tienen empacho en afirmar una cosa y su contraria, en sentarse con Pablo Iglesias, Junqueras o Ada Colau. Si ha sido desplazado –en un movimiento que sin duda le ha resultado doloroso– es sólo porque Illa no tiene pasado, al menos no el inmediato pasado de negociar el apoyo a las cuentas del Estado a cambio de la libertad de los presos.