Opinión
La piedra bajo el esternón
O sea, le ha respondido ella sin creérselo del todo, que ponen por encima de la tragedia que estamos viviendo su puritito interés político, ¿eso me estás diciendo? Totalmente.
Tiene usted cita para el día veintiséis. A Mercedes le han dicho que ese día vaya a hacerse la PCR y mientras tanto, espere en casa lo más aislada posible. Vive en un piso pequeño al oeste de Madrid, está separada y tiene a su cargo dos niñas. Su madre murió de covid y su padre ha sido uno de los primeros vacunados en la residencia. Con el padre de Isabel y Alejandra no puede contar. En realidad, no lo ha hecho nunca desde que hace dos años le dijo que ya no podía pagar más la pensión y así han seguido, con batallas judiciales que no hacen más que desgastarla y levantar muros entre ellos donde teme que terminen estrellándose las niñas. Pero tiene que mantener esa batalla porque no puede seguir adelante sola. Otra cosa es que no le quede más remedio. Como ahora. Le han diagnosticado la maldita enfermedad a su jefa y a una de las compañeras de la tienda y ella tiene que guardar cuarentena. Diez días, que son exactamente los que faltan para que vaya al centro de salud a hacerse la prueba, según le acaban de decir. Para ella ese tiempo es una eternidad, no tanto por el sacrificio de encerrarse, que nunca lo tuvo como tal, como por dejar de ingresar parte del dinero con el que viven ella y sus dos hijas. Como pasó durante el confinamiento. Las niñas, ¿qué hacer con ellas? ¿con quién las dejo ahora?. Supongo, se dice, que tendrán también que hacerse la prueba, y quizá aislarse. Puestos a mirar el lado bueno, pasaríamos juntas las horas que siempre decimos que vamos a pasar y que ni siquiera los fines de semana podemos tener para nosotras. Pero claro, a ver cómo lo aguantan ellas, y a ver cómo les afecta eso al curso. Y lo del dinero. Todo esto sin detenerse, porque no quiere anticipar posibilidades por ahí, en que alguna pueda ponerse enferma de verdad. Ella, sobre todo, porque parece que las niñas son menos propensas. O no. Cualquiera sabe. Aquí y ahora nada es lo que parece, y lo que ve tampoco termina de entenderlo del todo. Bueno, sí, entiende que la gente está muriendo, como murió su madre, sufriendo miedo y ansiedad, como papá en la residencia; también que los médicos están hasta arriba y las enfermeras, o quien atiende a los teléfonos en el centro de salud. Parecen cansadas y se irritan con facilidad. Normal, con lo que están cargando sobre ellas.
Todo ha cambiado, todo es extraño, a veces le parece oscuro y mucho más difícil. No puede evitar que se le haya quedado dentro una sensación que no se le va nunca, una especie de desánimo, de tristeza sin un motivo claro, que parece más bien fruto de un miedo tan impreciso como inevitable. Como si fuera a pasar algo y en realidad estuviéramos ya en ello sin habernos dado cuenta. No puede ir al psicólogo porque no le da la vida ni el dinero, pero habla consigo muchas veces para tratar de entender lo que pasa y lo que le pasa. Serán cosas suyas, porque hay mucha gente que sigue viviendo como si no pasara nada, que sale a la calle y hasta se van de fiesta a escondidas como si no fueran a contagiar o contagiarse, como si no hubiera muertos, como si no se estuvieran arruinando los bares y las tiendas. Gente que sigue su vida, su trabajo, sus menesteres de siempre como si no nos invadiera la tristeza y el miedo o la ruina. O esos que, como si no hubiera pasado nada, deciden con los mismos criterios o intereses propios de siempre. Cosa que no tendría mayor importancia de no ser porque esas decisiones nos afectan a todos.
Está pensando en lo que le ha contado María Jesús por teléfono hace un rato, que ha oído en la radio, y no sólo en una, no te vayas a creer que solo escucha a los de un lado, que nadie entiende por qué el gobierno no hace caso a las autonomías que quieren restringir más. Casi todas, ¿eh?. Que tampoco parece escuchar a los médicos que le piden, casi le suplican, que pare como sea esta nueva ola de la enfermedad. Y que la única explicación posible es que no quieren hacer nada que arriesgue su previsible éxito en las próximas elecciones catalanas, con el ministro de Sanidad de candidato, nada menos. Que además, ya se va, la semana que viene. O sea, le ha respondido ella sin creérselo del todo, que ponen por encima de la tragedia que estamos viviendo su puritito interés político, ¿eso me estás diciendo? Totalmente. Eso le ha dicho María Jesús. Con eso se queda.
Vuelve a notar bajo el esternón esa piedra de angustia y miedo. En qué manos estamos. Pero enseguida se lo quita de la cabeza. Hay que ver qué pasa con las niñas, si hacen cuarentena o no…Tengo que volver a llamar al centro de salud.
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