Opinión
Espíritu olímpico
La moral, los valores, es lo que realmente está en cuestión en esta crisis.
La Organización Mundial de la Salud lo alertaba el otro día, pero ya da igual porque ahora nadie les escucha. Estamos a punto de entrar en una fase de «fracaso moral» planetario. Porque, vaya sorpresón, los países desarrollados, mejor llamarles ricos, han comprado muchas más vacunas de las que necesitan pagándolas a un precio que además es inasumible por un país pobre aunque quedasen existencias en el mercado. Esto no nos importa demasiado, porque bueno, los pobres son otros, pero resulta que este «desequilibrio entre oferta y demanda» entra en conflicto con uno de los eventos más esperados del año, los Juegos Olímpicos de Tokio, un evento mercantil vestido de unos supuestos valores del deporte y que podría no celebrarse tampoco este año según algunas informaciones que, por cierto, han sido desmentidas con el mismo aroma con que se confirma al entrenador justo antes de despedirle.
Ya se sabe que es muy posible que solo pueda asistir público local a las competiciones, lo cual resta magia al evento, pero ese no es el mayor problema: una de las cuestiones que más preocupa a los organizadores es la llegada de delegaciones de deportistas de todo el mundo lo que, vaya, incluye a los pobres, que terminarían mezclándose con las estrellas de los países ricos. Es una auténtica desgracia que los etíopes, keniatas y magrebíes sean tan buenos en lo suyo. No solo eso: la población japonesa no quiere saber nada al respecto de centenares de aviones aterrizando en las primeras semanas de julio desde Dios sabe dónde. El evento está en riesgo y podría parecer que, una vez más, nos estamos enfrentando al debate entre salud y economía, pero no. De nuevo, y pienso que está siendo así desde el principio, esta situación nos coloca antes que nada frente a una prueba moral, ante el espejo de quienes decimos que somos y quienes realmente somos.
Perdonen la comparación, pero no creo ser el único que se acuerde de la tuitera que fue expulsada de casa por sus compañeras de piso por trabajar en un hospital. Todos nos pusimos muy de su parte, pero en su día ya intuíamos que era fácil ser buenos vecinos en situaciones ajenas y que cuando llegasen las vacunas íbamos a demostrar de qué pasta estamos hechos. Mira por donde, los políticos ya han empezado a saltarse el turno y algunos privilegiados se regalan las fiestas que a los demás nos niegan. La moral, los valores, es lo que realmente está en cuestión en esta crisis. Si todos hiciéramos lo que debemos y lo que sabemos que es correcto, se terminarían nuestros problemas mucho antes. Pero ni los ciudadanos ni sus gobiernos, como dos caras de la misma moneda, lo hacen. Y, como decía la OMS, «el precio de ese fracaso se pagará con vidas».
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