Opinión

Aniversario negro

Ayer domingo hizo un año del primer positivo por coronavirus en España, el de un turista alemán en la isla de La Gomera. Y aquí seguimos, aprendiendo a vivir de otra manera, aprendiendo a morir de otra manera, una jamás pensada. Aprender es algo siempre difícil porque supone una gran voluntad propia para el conocimiento, sea a través del estudio o de la experiencia. Aunque, desde mi punto de vista, es la experiencia consciente la que te compensaría con ser un poco más sabio, la que te permitiría revertir el mal por el bien. Los animales aprenden pronto, no suelen negar la evidencia. Mi perrita, por ejemplo, desde la primera vez fue al veterinario y la pincharon, no ha querido volver. Cada vez que pasamos por la puerta tira de la correa como una loca para alejarse. No, no se olvida de que ahí hacen daño. Los humanos, con nuestros cráneos privilegiados, lo hacemos más complicado. Negamos la realidad con una facilidad pasmosa, véase la de tantos que siguen empeñados en que el Covid es un invento de no sé quién, y que las insistentes imágenes televisivas de enfermos y sanitarios exhaustos pura ficción. Pero los que incluso no ejercemos el negacionismo, nos olvidamos de lo que está pasando a cada minuto. Es un mecanismo de defensa, desde luego, pero es también fruto de la soberbia humana; de nuestro ridículo sentimiento de inmortalidad. Aprender es también un ejercicio de memoria. Por eso, lo primero sería asumir la responsabilidad de salir de esta calamidad lo antes posible. Pero salir fortalecidos, conscientes de nuestra pequeñez frente a la naturaleza. Consecuentes con nuestro deseo de cambiar. Empeñados en no olvidar lo vivido. Salir sí, mejorados y aprendidos.