Economía

Balada triste de una tienda de videojuegos

Quizá si el juego no se ha terminado todavía es porque nunca se termina

Muchos de los que se lanzaron a sabotear Wall Street se acercan a los 40 años y han vivido más crisis de las que aciertan a distinguir. Estudiaron, para nada. Les prometieron coches voladores y ni siquiera tienen un curro. Con la pandemia, todo es mucho peor. Los precios de la vivienda y los salarios parecen de países distintos. El mundo real solo ofrecía ruina y mentira, pero las redes sociales te acercaban a personas como tú, con tus intereses, a los que probablemente nunca llegarás a ver en persona por una pura cuestión material. Y entonces, por esa razón, te llamaron «millenial», como si fueras gilipollas.

Resulta que unos «millenials» han puesto en jaque a Wall Street jugando en su campo y con sus reglas, de la manera más boba, haciendo subir las acciones de GameStop, una empresa con tan poco futuro como muchos de ellos. ¿Creen que es una casualidad que la compañía que eligieron para desafiar a los especuladores fuese una de videojuegos? Yo pienso que no. Muchos jóvenes se sienten abandonados, dejados atrás, descatalogados como los juegos arcaicos. En su día invirtieron en ellos y les dijeron que eran el futuro justo antes de olvidarles en el trastero como productos sin cabida en el mercado. Así que, tal y como lo veo yo, no es que ellos invirtieran en GameStop, es que ellos son GameStop.

Y ahora, después de escuchar durante tantos años que el mercado de la vivienda es como es y que el mercado laboral es como es y que lo tienes que aceptar, porque son las normas del juego, cuando los excluidos devuelven el golpe con una enorme carcajada, ¿qué sucede? Que les acusan de «manipular» el mercado y que, por si era poco, lo que era imposible de regular se corrige para proteger a los fondos de inversión de sufrir la quiebra que ellos mismos han provocado apostando a la baja contra otras empresas.

Entre una crisis y otra siempre he leído acerca de sucesivos intentos por «humanizar» el capitalismo, que no es otra cosa que regularlo, pero no sé dónde han quedado. Los «millenials» que han llevado a cabo esta maravillosa nota a pie de página de la historia, tratando de denunciar que el sistema financiero es perverso y despiadado, son de los que aprietan los puños cuando escuchan hablar a El Rubius, pero el «millenial» que realmente nos merecemos, o el que cultivamos, es del tipo del segundo, que piensa que la vida es una partida en la que hay que ganar cada vez más y más. Esta historia me enternece, porque se ve que a todos esos antiguos videojuegos les quedaba una pantalla por librarse, una fase final. Quizá si el juego no se ha terminado todavía es porque nunca se termina.