Partido Popular

Quo vadis «PP»

Lo que toca cambio de sedes aparte es reencontrar el «DNI», ese que te pide la propia feligresía cuando toca ir a votar.

A Pablo Casado probablemente le sigue quedando crédito al frente de su partido, cosa distinta es que le vaya quedando capacidad de maniobra. Primero se le encasilló en el «aznarismo», después en el «marianismo», a continuación en el rupturismo abrupto con Vox y ya en la pasada campaña catalana hasta en un mal explicado catalanismo. Añádase a ello que preside la única formación todavía con la vitola de alternativa al actual gobierno, lo cual la sitúa como objetivo prioritario a batir más aun ostentando el poder crecientemente consolidado en Madrid, codiciada joya política de la izquierda. El problema de Casado es además el de cualquier presidente de un partido con años de poder a sus espaldas y una mochila cargada de algún pesado y poco gratificante contenido del pasado, pero sobre todo, un partido con el inconveniente de ver consolidándose elección tras elección al competidor por una parte de su espacio político, que en el caso de Vox ni debe de dar cuentas por una pasada gestión, ni tiene prisas por impregnarse de eso que llamamos vocación de gobierno, ni límites en el recurrente pero muy efectivo discurso populista.

Cuando el actual líder del PP ponía tierra de por medio con la formación de Abascal durante la moción de censura de Vox a Sánchez, sabía mejor que nadie que todas las alabanzas a sus intervenciones –ojo, desde la izquierda– y el cierre de filas de sus «barones» se volverían punzantes agujas si, llegada una primera prueba del algodón –la de unas elecciones– esa estrategia de autoafirmación frente a la «derecha inexperta» no solo no recogía frutos, sino que además quedaba cuestionada por un votante de derechas que, sencillamente no parece decidirse a opinar lo mismo.

El PP ha sabido sobreponerse durante su ya larga historia a los golpes propinados sobre su imagen por la maldita corrupción, pero su problema es ahora distinto con independencia del perfil ideal para liderar la formación, ya sea alguien limpio y de honradez contrastada pero no libre de ataduras como Casado, o cualquier otro dirigente consolidado o emergente. Ahora el competidor por una parte del mismo espacio de supervivencia ha venido para quedarse y se nutre del discurso desacomplejado contra la izquierda, el separatismo y –botón de muestra Cataluña– la inmigración. Ergo, lo que toca cambio de sedes aparte es reencontrar el «DNI», ese que te pide la propia feligresía cuando toca ir a votar.