Política

Con el buen tiempo que hace

En la imagen, Sánchez da una rueda de prensa al aire libre y por un momento, Moncloa es el muelle de Santa Mónica con surferos, patinadoras, tiovivo con caballitos de madera tallados a mano y la famosa noria Pacific Wheel sobre atardecer de la Costa Oeste. El Gobierno ha comenzado el rodaje en exteriores de la gran superproducción del final de la pandemia. En la cabeza del director, la cosa termina bien y así, el guión cabalga la yegua de la esperanza en la vacuna, del «Cuando esto pase» y de la sensación exacta y reconocible que sobreviene cuando sobre los últimos compases de un invierno tardío, un buen día uno mira por la ventana y se propone salir fuera «con el buen tiempo que hace». Sánchez es el protagonista. Se aparece con ecos de veranillo y aroma de protector solar SPF 50. Corre por la orilla con el flotador del acuerdo bipartidista, el bronceado y la seguridad atlética con que soñábamos en aquellos años 90 y 2000 en los que Pamela vigilaba nuestra playa y la reunión de primera costaba encontrar titulares para la portada del periódico. Hablo de aquellos gloriosos años en los que no pasaba nada.

Vamos al verano después de dos inviernos. El mes de julio pasado Benidorm era Arlington. España se apareció en una enloquecida versión de sí misma a caballo entre aplicar máximo de aforo en el cementerio y comer en el chiringuito con el Meyba y la camiseta. Me cuentan los que saben que antes de que el primer bañista diga que el agua está fría, pero que qué bien sienta, llegarán millones de vacunas y en la arena pincharemos la sombrilla, la de Pfizer y la monodosis de la de Janssen. Aquí es donde se aparece Sánchez con la rueda de prensa en la puerta de Moncloa y el acuerdo para la renovación del CGPJ con el Partido Popular que si aún no ha llegado, llegará. La tentación del Gobierno es volver a entenderse mínimamente con el PP, con el que comparte bastante más que con Podemos. Mañana estaremos en otra cosa, pero lo de hoy consiste en sacarle los brillos al cobre viejo y fiable del bipartidismo. El sanchismo sabe que una España sueña con aquel tiempo de aburrimiento y el «boring million» político en los que los dirigentes se aparecían como gente más o menos aburrida y salían a decir cosas que en el mejor de los casos no le importaban a nadie. Se trata de divertirse en las discotecas, no en la sesión del control al Gobierno, y al fin y al cabo, por aquí vienen los 11.000 millones de ayudas a las empresas, que nadie sabe de dónde salen ni a dónde van, pero que suenan bien. Cuenta a su favor con los signos de recuperación de la economía y con nuestras ganas de vivir.

En la Moncloíta, Pablo Iglesias tiene una piscina con tinaja y jardín, pero hay dudas de cómo le va a quedar el bañador. Sánchez, que está en todas partes, lo dejó conscientemente caminar a los terrenos del frío, de comparar a Puigdemont con los exiliados, de darle la razón a Serguéi Lavrov y de llamar a las barricadas del raperillo la noche de los escaparates rotos. Lo dejó cuestionar la democracia en España, lo tentó a atacar la forma del Estado, y en general ha conseguido que a Iglesias se le ponga cara de cuesta de enero y de febrero, marzo y abril, de catarro de cuando había catarro y en general de reportero de la tele contando desde la cuneta la nevada que está cayendo en el puerto de Altube.