Vacunas

Esperando la vacuna

Un día contempla con envidia a los viejos como él, los de las residencias, en el teatro, disfrutando de la libertad de la vacuna como niños con zapatillas nuevas, pero él sigue esperando

Aquí está uno con el móvil siempre a mano, desde que amanece hasta que se hace de noche, esperando la llamada del centro de salud. Pasan los días y el teléfono no suena. Desde que le dijeron que ya le tocaba por su edad provecta, ha visto florecer el cerezo del pequeño jardín, han brotado las violetas y han pasado las grullas. Un día contempla con envidia a los viejos como él, los de las residencias, en el teatro, disfrutando de la libertad de la vacuna como niños con zapatillas nuevas, pero él sigue esperando que suene la esperada llamada y que le citen de una puñetera vez desde el ambulatorio para la primera dosis. Observa la foto de las colas, en el estadio o en el Zendal, de gente joven, todos citados para la mágica vacuna, pero a él no le toca, sigue clavado en casa, a pesar de haber cumplido con creces la edad reglamentaria de la primera remesa de la lista, la establecida hace meses por orden necrológico.

Pasan los días. Ya han empezado a brotar el membrillo y el rosal de la entrada, pero sigue sin noticias del centro de salud. No le extraña nada, ni le parece mal, que las infantas hayan ido a visitar a su padre, el viejo rey, y se hayan vacunado allí. Eso no perjudica a nadie. Tanto alboroto, piensa, para nada. Otra cosa son los aprovechados aquí dentro, mientras para él no hay vacuna o no hay personal para ponérsela, vaya usted a saber. Ni el ambulatorio ni la Consejería de Sanidad dan explicaciones, como si uno no existiera. A nadie parece importarle la angustiosa espera de los mayores de ochenta años que han sobrevivido a la maldita pandemia y siguen en su casa, impacientes, soñando con la vacuna salvadora. No es un asunto menor. Para ellos es cuestión de vida o muerte.

Cada mañana se acerca al centro comercial a comprar el pan y el periódico. Procura ajustarse bien la mascarilla, pero sabe que hay un riesgo. Teme que los alborotos del 8-M, a pesar de la bendita prohibición oficial, levante otra vez la curva de los contagios, y le entra el miedo en el cuerpo. Sin la vacuna está indefenso. Avanza la Cuaresma, que es para él como una larga cuarentena, se acerca la temida Semana Santa y sigue sin sonar el teléfono del centro de salud.