Rusia

Sanciones contra Moscú

La decisión de adoptar sanciones contra Rusia responde, sin duda, a una lógica propia de las relaciones internacionales contemporáneas, sobre todo, en función de que se trata de medidas que son limitadas y selectivas y que suponen la reacción frente a la violación de los derechos humanos por parte de las autoridades de Moscú, en particular, por el caso Navalny. Asimismo, el hecho de que la Administración Biden y la Unión Europea se hayan concertado para la aplicación de estas sanciones expresa una nueva realidad de cooperación intensa entre ambas partes y, en especial, tranquiliza la unión de quienes, con razón, defienden la pervivencia de los sistemas democráticos y el respeto de los derechos humanos.

Sin embargo, cabría preguntarse si realmente las medidas que se han adoptado por limitadas que sean y que afectan únicamente a algunos altos dirigentes de Rusia serán efectivas. En realidad, este comportamiento de sanciones cumple más la función de asegurar los principios y valores en los que se asientan los países occidentales, pero no parece, no obstante, que vayan a producir algún tipo de cambio en la conducta de las autoridades de moscovitas y, en particular, como debía suceder que se produzca la liberación del líder opositor ruso. La política de sanciones tiene, por lo tanto, sus riesgos en el orden internacional puesto que solo producen resultados tangibles cuando llegan a ser verdaderamente efectivas. Por de pronto, las últimas medidas adoptadas alejan a la Unión Europea de una política pragmática en sus relaciones con Rusia, aunque hayan sido un punto de encuentro con la política exterior de los Estados Unidos. A corto plazo, su efectividad será seguramente nula por lo que es más que probable que los dirigentes comunitarios se vean obligados, más pronto que tarde, a dialogar y negociar un marco de relación estable con Rusia. Por ello, sin quebrar la lógica a la que responden las sanciones y sin menospreciar en modo alguno el profundo significado que tiene la defensa de valores y principios, la política internacional exige también otras dosis de realismo que, por ahora, no han sido aplicadas en las relaciones con Moscú.