Tribunal Supremo
Un juez
Magistrado prestigioso, era ante todo -perdón por la obviedad- un juez profesional: así era conocido y ahora reconocido.
Estas letras más que obituario son un reconocimiento. Y un pretexto. La semana pasada falleció Nicolás Maurandi. Imagino que quien no ande familiarizado con el mundo no ya judicial -que es pequeñito-, sino con el jurídico en general no le sonará el nombre. No importa y deseo que tras leer este artículo ese desconocimiento dé paso al aprecio.
Nicolás era compañero mío en el Tribunal Supremo; llegó allí hace veintidós años. Magistrado prestigioso, era ante todo -perdón por la obviedad- un juez profesional: así era conocido y ahora reconocido. Este matiz es clave. Ignoro si la ciudadanía valora que tenga tales servidores porque lo que digo de Nicolás vale también para los que, desde su responsabilidad, trabajan con vocación, discreción y profesionalidad, sirven así al Estado y hacen que España funcione. Si se trata de jueces, conozco a muchos anónimos y ejemplares; ahora me fijo en Nicolás, pero podría citar a otro también recientemente fallecido, José López García de la Serrana.
Ha fallecido en una semana que ha mostrado el lamentable espectáculo de nuestra vida política, que hace que nos preguntemos en manos de quién estamos. Parece que vivimos una Edad Media, con unos partidos y sus líderes convertidos en señores feudales, que guerrean entre sí a costa de los padecimientos de quienes consideran sus vasallos. Con cuatro millones de parados, otro millón más en el congelador de los ertes, una economía a la deriva, decenas de miles de muertos y unas instituciones trasteadas -ahí está el Consejo General del Poder Judicial-, tales señores feudales siguen metidos en sus guerras, ajenos al drama que viven esos que ven como vasallos, si es que los ven.
¿Que en manos de quién estamos?, hay muchas respuestas. No reclamo una burocracia ni una tecnocracia, pero consuela saber que sí hay buenas manos, que si en el Estado cada día se produce el milagro de que amanezca y eche a andar es porque hay muchos que lo hacen posible, servidores anónimos que dejan en evidencia a esos otros que se dicen servidores. En lo que me afecta y mejor conozco, los ciudadanos deberían ser conscientes del capital humano que alberga una Justicia ignorada, poco conocida, mal entendida o quizás mal explicada, pero honrada y vocacional, que no es poco. Por eso antes de criticar sin piedad se debería ser muy cauto y preguntarse si se sabe de qué se habla.
Nicolás era ese tipo de servidor discreto, muy profesional, muy juez y que aportó calidad en el orden jurídico que rige nuestra convivencia. Desde esa profesionalidad no cayó en el corporativismo, una peligrosa patología que padece quien se apropia de la función encomendada para su lucimiento, ambición o ideología. Vaya un ejemplo. Hace pocos años -sin citarle por su nombre- le alabé en estas páginas como ejemplo de buen juez. Fue ponente de una sentencia que rechazó la pretensión de una magistrada de acceder a cargo judicial relevante. Estaba afiliada a la asociación de la que Nicolás fue cofundador, Jueces para la Democracia. Su directiva se enojó públicamente con esa sentencia y él sintió ofendida su profesionalidad. Les respondió con una durísima carta abierta. Calificaba de reaccionarias, insolidarias y deshonestas esas opiniones. No reproduzco otros epítetos, pero llegaba a decir que parecía que sus compañeros de asociación ignoraban conceptos muy básicos sobre la Justicia e incurrían en un “repugnante corporativismo”. Dinamita pura. Sí hay que reconocer que esa asociación lamentó que la judicatura perdiese «a uno de sus más valiosos integrantes y nuestra asociación a un gran compañero».
Si algo muestra tal actitud es que no era sectario, algo de infinito valor ahora que padecemos una vida política encanallada o cuando, por contagio, hay juristas que se dicen de reconocido prestigio o les dicen serlos, pero que son al Derecho -o a la Justicia- lo que Pablo Hasel a la música. Que no compartiese algunas de sus resoluciones no quita para que le tuviese como un profesional ejemplar; es más, conversando con él a solas en su despacho no vi que arrastrase rencor alguno tras vivir otras tensiones y sinsabores profesionales. Ahora, tras fallecer, no hemos podido acompañar a su familia, sí espero poder hacerlo en la misa funeral que ha anunciado.
José Luis Requero es Magistrado
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