Madrid

La Semana Santa que vinieron los gabachos

Nos aburrimos y discutimos si los turistas vienen a ver museos o emborracharse. Es un debate absurdo

Uno de los debates que menos he entendido de estos días es ese en el que nos peleamos por si los franceses van a venir a Madrid a ver los Museos o a emborracharse. Estamos discutiendo sobre los franceses con más fervor que cuando Eurovisión era Eurovisión de verdad y les tocaba puntuarnos. Pocas veces he visto señalar con tanto odio a un enemigo común porque siempre nos ponía una nota bajísima. Portugal, en cambio, pese a ser vecina, solía ser más generosa. Fue la primera vez que oí hablar de los franceses con desprecio. Visto con perspectiva, y escuchando con un poco de criterio las canciones de Eurovisión, me temo que más que odio hacia nosotros era que, simplemente, tenían mejor oído musical.

Una de las poses que más gracia me hacen es esa que asegura que es una lástima que la Guerra de Independencia la ganase España. Si hubiese sido al revés, seríamos afrancesados, dicen con lástima y nostalgia de José Bonaparte, que ya es tener nostalgia. Pero España y yo somos así y mezclamos el orgullo de nacer aquí y haber inventado la siesta con cierto ego lastimado por el que nos parece que lo de fuera es mejor. Ocurre en el periodismo: como se publique una noticia sobre España un diario francés o en uno estadounidense, nos ponemos como locos porque sólo puede ser verdad verdadera. Aunque esté firmada por un periodista español o sólo de una visión general y algo tópica.

Hace años, los jueves, en Madrid, en el Palacio de Gaviria, había fiestas a las que iban los Erasmus: entrabas y te pegabas una pegatina con tu nacionalidad. Los españoles, claro, nos poníamos otra.

Al final, éramos españoles haciéndonos pasar por extranjeros preguntando a españolas haciéndose pasar por extranjeras en un idioma que intentaba no ser español y ya te digo que tampoco era francés. Mientras, los guiris, supongo, estaban en otra fiesta. Y así, niños, era nuestra Tinder.

Pero hasta los españoles afrancesados están buscando, durante esta semana, viejos rencores con los que odiar a los gabachos. Pues puede tener su lógica, pero duele un poco que los franceses y alemanes puedan ir a las playas de Levante mientras los madrileños calculamos en qué pueblo de la sierra acaba Madrid y empieza Segovia para no cruzar esa frontera.

Así, nos aburrimos y discutimos si los turistas vienen a ver museos o emborracharse. Es un debate absurdo. Como si uno no pudiera ir al Museo del Prado, alucinar con Las Meninas, embriagarse con un paisaje de Claudio de Lorena y acabar un rato después tajado en los bares del centro de Madrid.

Y esto lo pongo como ejemplo, no es que me haya pasado.