Política

¿Qué hemos hecho mal?

Me pregunto: ¿qué hemos hecho mal, para que haya rebrotado la sinrazón y el enfrentamiento?

A pesar de las restricciones sanitarias, hoy Jueves Santo no deja de ser una festividad «que brilla más que el sol», día del amor fraterno, del compromiso valiente, del valor de la comunión como conjunción de los valores morales que han conformado nuestra cultura cristiana y nuestra civilización.

No debería ser día de reivindicaciones ni de descalificaciones, porque prima sobre todo el enorme valor de quienes creen en los anteriores aspectos, comprometidos con ellos en España o a lo largo de todo el mundo. A las cargas que ya antes debían asumir, se han sumado ahora las procedentes de una pandemia. Y cuando veo las dificultades que tenemos aquí, teóricamente bien dotados en sanidad pública y privada, imagino las que sufren los que trabajan en otros mundos. Mi homenaje a estos misioneros y voluntarios que desde asociaciones de la Iglesia Católica o de otras religiones, de organizaciones de Naciones Unidas o de otras iniciativas de semejante carácter, trabajan por el bien de la humanidad.

Y si aquí encontramos obstáculos para un programa de vacunas, sometidos al falaz mercadeo de la industria farmacéutica, ¿cuántas dificultades encuentran los países que no pueden pagarlas? ¿Qué queda en nuestra civilización del espíritu altruista de aquellos médicos de finales del XIX que divulgaban sin límites sus descubrimientos? No a mucho recordaba la ética del matrimonio Röntgen cuando descubrieron los Rayos X y lo comparaba con el matrimonio Sahim, hoy en el ranking de los más ricos en Alemania. Ricos, pero pobres en ética.

No son los únicos. Vivimos las consecuencias de haber arrumbado estos valores de nuestra vida: en lugar de cultura del esfuerzo para salir de una grave crisis, nos dedicamos a predicar la semana de cuatro días; en lugar de buscar la eficiencia y el ahorro, nos lanzamos al gasto y al endeudamiento que comprometerá a varias generaciones futuras. Las más jóvenes ya lo sufren hoy. Y al no querer asumir que estamos en verdadera situación de quiebra, acabaremos malvendiendo empresas rentables y patrimonio, incluso lingotes de oro, si es que Zapatero dejó alguno en los sótanos del Banco de España.

Enlazado con lo anterior me preocupa la seducción por la podredumbre, como la carroña seduce a las rapaces.

Si Venezuela presenta hoy uno de la fracasos políticos y sociales más sonados de los últimos tiempos, parece que el modelo nos atrae: Zapatero, Bono, Morodo, Ábalos, Iglesias y la militancia de determinada izquierda, se mira fascinada en su espejo; copian la verborrea charlatana de sus discursos; cierran con más saña sus puños de odio, gesto que creíamos superado en nuestra Transición, que lo había relajado, sin proscribirlo. Tendíamos a utilizar la mano abierta, al modo del simple apretón de manos con el que nuestros abuelos pactaban acuerdos políticos, acordaban negociaciones, sellaban compromisos.

Otra seducción extraña procede de Cataluña. Si el modelo de su situación política y social fuese ejemplar, comprendería esta atracción en territorios cercanos como Valencia o Baleares. Pero si el modelo ha dado como resultado una sociedad dividida, un empobrecimiento empresarial grave, una situación de incertidumbre política permanente, una huida de sus mejores cerebros del compromiso político y dejan este espacio para mediocres arribistas y ambiciosos, poco tiene que ofrecer, poco que asimilar. Pero no. Siguen algunos insistiendo, aprovechando la actitud fría y distante de parte de nuestra propia sociedad. El ejemplo de los cambios de callejeros en Palma de Mallorca es significativo: una minoría necesaria para constituir un grupo de gobierno, impone su ideología, sesgada, fanatizada. Poco les importa el rigor histórico. Solo borrar todo lo que se aproxime a la historia común de España; todo lo que sea minusvalorar la riqueza del bilingüismo y los valores de sacrificio y patriotismo. Menorca recibe también presiones desde Palma para proscribir el nombre histórico de Mahón la capital de la isla, y sustituirlo por el catalanizado Maó. Lo mismo: una minoría impone sus criterios exigiendo el cumplimento de pactos que posibilitaron mayorías de gobierno. No admiten siquiera un bien asumido modo bilingüe. Por supuesto, razones históricas pueden ser aducidas en pro y contra. No se distinguían los copistas del siglo XII o anteriores por su pulcritud académica. Lo que sí está claramente determinado es que Port Mahón consta en toda la cartografía moderna desde el XVIII en que las grandes potencias –Inglaterra, Francia e incluso los Estados Unidos, por supuesto España– lo utilizaron como imprescindible base de comercio y operaciones; como así consta hoy en todas las rutas aéreas y redes comerciales.

Cuando pienso en todo esto, desde la atalaya de mi generación de los 40 que creció vacunada por nuestros padres contra este odio, me pregunto: ¿qué hemos hecho mal, para que haya rebrotado la sinrazón y el enfrentamiento?