Política
Reeducación
«Una cosa es ser un caballero y otra muy superior ser un delincuente camuflado de político»
Instituciones Penitenciarias ha desplegado últimamente un programa de reeducación para los penados por delitos económicos y corrupción que, en 32 sesiones, los pone en disposición de gozar de los beneficios del tercer grado y salir de la cárcel, pues, según afirma el organismo, cuentan con las «herramientas para poder enfocar su vida en libertad con una conducta prosocial». Cualquier cosa que sea esto último, el caso es que Urdangarín ha sido uno de los primeros egresados del curso y, según parece, Francisco Correa ha solicitado ya la matrícula. Ya se ve que estos señores –y otros como ellos– son delincuentes de cuello blanco y que lo suyo siguen siendo, como señaló hace medio siglo el profesor Garrigues, «pecados veniales, delitos de caballeros». Y, claro es, a los caballeros se les puede dictar una filípica amable para que, reeducados, vuelvan a ser personas respetables.
Nada que ver con los políticos que organizan rebeliones y, menos aún, con los que cogen las armas para aterrorizar a los ciudadanos, matándolos de vez en cuando. A esos, según la doctrina que ha impuesto el ministro Marlaska, no les hacen falta cursillos. A los unos porque basta con colocarlos a residir en Cataluña para que se rehabiliten con la inestimable ayuda de la Generalitat, que en esto es maestra de reeducaciones. Y a los otros porque les es suficiente con firmar un papelito que no dice lo que dice el mandamás de Interior para que parezca que se han arrepentido de sus pecados y estén listos a incorporarse a la vida política sin mayores necesidades formativas. Y si no, que se lo cuenten a Otegi y a los otros veintitantos ex-etarras que ocupan puestos directivos en Sortu y Bildu.
Está claro que una cosa es ser un caballero y otra muy superior ser un delincuente camuflado de político. Porque a los primeros hay que sermonearlos, mientras los segundos son los que redactan sermones. Desengañémonos, querido lector, nosotros no somos de esos mundos ni los entendemos. Menos mal que el preclaro intelecto de Marlaska ha dado con la solución para su arreglo. Eso sí, en nuestro quebranto.
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