Cataluña
La Generalitat no es de todos los catalanes
Si algo dejó claro las elecciones del 14-F es que la opción que representó Ciudadanos ha desaparecido devorada por el «proceso» y también por errores propios. No había cabida para una propuesta que representara a la Cataluña no nacionalista, que rompiese la dialéctica centrada siempre contra España, en agravios y victimismos, que pusiera en el centro al ciudadano frente a una Generalitat al servicio de partidos independentistas. Cs ganó en 2017 y el pasado febrero quedó arrasado –de 36 a 6 escaños–, al punto de la desaparición que ahora se confirma, de repetirse las elecciones tras el fiasco de la doble sesión de investidura fracasada. El partido naranja se quedaría con dos diputados, según un encuesta de NC Report que publicamos hoy, lo que supondría su extinción. De esta manera, el tablero político vuelve a quedar monopolizado por el independentismo, ERC y JxCat, pero en una coyuntura que hace muy difícil una salida, aunque sea para formar un gobierno, que es lo que correspondería: estos dos partidos luchan por el poder y no hay otro objetivo que les mueva. En el mismo sondeo se plasma algo que explica la sobreactuación de Puigdemont, ya de por sí histriónica, y es que su partido perdería un escaño y casi un punto porcentual de votantes (0,9%), por lo que no está en condiciones de negar por dos veces a su socio, ERC, el voto de investidura. Es más, el partido de Junqueras, enemigo confeso del prófugo de Waterloo, subiría un 1,1% y ganaría un diputado. A estos datos de por sí elocuentes habría que sumar que el PSC también crecería en voto (0,5%) y un escaño. Pero el sentido patrimonial de nacionalismo de las instituciones impidió que el PSC presentase la candidatura de Salvador Illa a la presidencia al ser el más votado y, como reafirmación de esta posición, el independentismo selló un pacto por el que se comprometían a no gobernar con los socialistas, después de todo un partido que apoyó el 155.
Efectivamente, existe una anomalía, que es la que mantiene a Cataluña en un crisis institucional sin precedentes: no hay Govern y el Parlament –que está presidido por una imputada por varios delitos de corrupción y que está bajo las órdenes de un prófugo de Justicia– es una apisonadora que no ejerce control a ningún Ejecutivo. Ahora mismo las únicas a las que se les reconoce como «legítimas» representantes del «verdadero» pueblo de Cataluña son asociaciones privadas: el llamado Consell per la República encabezado por Puigdemont –y que aspira a estar por encima de la Generalitat–, la ANC y Òmnium. La larga experiencia que desgraciadamente nos dicta el «proceso» es que hasta que no se revierta esta situación, Cataluña seguirá inmersa en una crisis cada vez más profunda.
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