Política
Sánchez olvida a Iglesias
Si algún político ha incumplido las expectativas que su poderosa presencia mediática había suscitado, es Pablo Iglesias. Tal vez haber nacido como personaje público en un plató televisivo y aprovechar su proyección en los medios le acabó fabricando una personalidad que, visto lo visto, no se ha correspondido con su verdadero peso político. Al oír ahora sus mensajes, con ese engolamiento que utilizan los líderes populistas, es inevitable estar asistiendo a un espectáculo vacío. Hace un mes que anunció que dejaba el Gobierno, una noticia doblemente impactante –al nivel de su egolatría–, pues no sólo presuponía dejar la vicepresidencia en un momento que España vive una grave crisis, sino que se presentaba a las elecciones de la Comunidad de Madrid. ¿Un baño de humildad? Ni mucho menos. Es la única manera de frenar, aunque sea un aplazamiento, la caída de Podemos y el final de un proyecto político consumido por el personalismo del propio Iglesias y la reducción del equipo dirigente prácticamente a un núcleo familiar. Que deje un cargo de tan alta representación en unos momentos en el que el país afronta una crisis económica de la que todavía desconocemos sus efectos y cuando el Gobierno diseña un plan de recuperación histórico, sólo indica su limitada visión de la política. Vestir esta irresponsabilidad con una demostración de honestidad política por no sentir apego al sillón del Consejo de Ministros, no deja de ser una baratija más del clásico mensaje populista. Lo único cierto es que su ausencia en el Gobierno no se ha echado en falta, que incluso muchos miembros del gabinete, sobre todo aquellos que estaban al frente de asuntos clave–como Calviño o Escrivá– o de asuntos de Estado –como Margarita Robles– han sentido un alivio al no tener que lidiar con alguien que puntualizaba sus políticas, un «comisario político» en toda regla. Pedro Sánchez e Iglesias no mantienen ahora ninguna relación, ni contacto puntual, ni el trato que correspondería al líder –todavía– de uno de los dos partidos que forman la coalición, lo que indica que el pacto sobre el que se sustenta el Gobierno es más instrumental que político. Sánchez no tuvo más remedio que apoyarse en Iglesias, pese a haber reducido su representación y aceptar tener de vicepresidente plenipotenciario a alguien que estaba distorsionando la imagen de un Ejecutivo que, si no puede ser moderado por su innegable izquierdismo, por lo menos que sea eficaz en la gestión. El caso es que Sánchez ha neutralizado a sus dos socios potenciales, a derecha y a izquierda, a Rivera y a Iglesias, cuyos proyectos muestran estrepitosas vías de agua.
El fundador de Podemos es un líder agotado, que, de no renovar su mensaje, lo que parece imposible, unido a su personalidad y a su manera de entender la cosa pública, puede pasar a historia más pronto que tarde por haber cavado las trincheras más profundas de la vida política española desde tiempos que mejor vale olvidar.
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